Artistas
Camisas de cuadros no de lunares
Corbacho regresó a la ciudada en la que fue alcalde para darse un paseo por el mercadillo y hacer unas compras a modo de guiño electoral.
Una campaña sin visitar un mercado es como un jardín sin flores. En teoría, es allí donde se puede pulsar la opinión pública y un candidato puede encontrarse con el típico niño al que pellizcar el moflete y hacerse una fotografía. El primero en inaugurar el mercado en estos día de urnas y rosas fue ayer Celestino Corbacho, aunque con intenciones más modestas porque se decidió por un mercadillo, concretamente el de Bellvitge, en la Rambla Marina. La visita era un poco como el retorno del hijo pródigo a L'Hospitalet, tras su paso por el Ministerio de Trabajo.
A las once, el mercadillo está repleto de gente. Por eso, el grupo de periodistas que se apelotona alrededor de Corbacho en la carpa del PSC provoca un tapón que evita la libre circulación de peatones. La escena la contemplan con envidia en el cercano tenderete de CiU, donde el reclamo son globos.
Corbacho, flanqueado por la alcadesa de L'Hospitalet, Núria Marín, y el diputado David Pérez, inicia su paseo. Como es lógico, la gente empieza a preguntar qué ocurre. El problema es cuando surge el listo de rigor y anuncia a la concurrencia que «¡ha llegado Corbachó!», incluso hay quien atreve a llamarlo «Corbachof». Dicho así parece que ha llegado el padre de la Perestroika.
Hay división de aleluyas hacia Corbacho: desde aquellos que le reprochan haber estado con Zapatero, hasta quien rechaza darle la mano «porque aquí únicamente venís cuando hay elecciones». Otro le suelta: «Jo, te tocó una mala época de ministro». El socialista intenta sonreír y se compra una camisa en un tenderete. «¿Tiene una 43 o una 44?», pregunta. «¿Una 44? Pero si estás delgadito», replica Marín, quien le sugiere que nada de camisas de lunares. Al final, Corbacho se gasta 7 euros en una camisa de cuadritos blancos y azules, pero con una duda. «¿Se plancha bien? Yo no plancho mucho, aunque mi mujer sí».
El breve paseo acaba en una churrería, donde el candidato se rasca un poco más el bolsillo que con la camisa. Compra churros y porras, aunque la churrera está dispuesto a invitarle. «No, mujer. Yo lo pago», dice. El cucurucho acaba en manos de David Pérez, aunque su contenido es devorado por la Prensa.
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