Egipto
La hora de la verdad por Alfonso Merlos
La confusión, la ansiedad, el estrés y la violencia (contenida o desatada) son elementos distintivos de los procesos de transición. Y el mundo musulmán no es una excepción, a pesar de sus contadas, raquíticas, «sui generis» y manifiestamente mejorables experiencias democráticas.
La evolución de las dinámicas de cambio introducidas en el Norte de África y Oriente Medio prueban dos hechos: el primero, que los avances que se dan por consumados no son irreversibles; el segundo, que las formas de gobierno abiertas no pueden extenderse con la rapidez y facilidad con que se extiende un rollo de césped artificial.
El «impasse» en el que se encuentra sumido Egipto era previsible. Derrocado Mubarak, ni cayeron los más rocosos soportes de su régimen ni se cortocircuitaron las más fuertes inercias del viejo sistema que están contribuyendo a obstruir el camino a la apertura. Ésta y ninguna otra es la causa del momento crítico de punto muerto que castiga a un país en el que la violencia está llamada a repuntar después de los comicios del próximo lunes, si asoma mínimamente la sombra del fraude y la mano negra de jerifaltes, esencialmente militares, de la depuesta dictadura.
Sólo la conformación en condiciones de mínima limpieza de un nuevo Parlamento y la redacción urgente de nuevas leyes para la refundación del Estado contribuirán a generar un anhelado clima de seguridad y estabilidad, evitando cualquier escenario de implosión provocado por élites nostálgicas del escenario anterior a la «primavera árabe».
Capítulo aparte merece la tormenta que puedan desatar soterradamente, si no ven cumplidas sus expectativas electorales, los hasta ahora dormidos Hermanos Musulmanes. Serán formidables los equilibrios que deban hacerse para su integración en el nuevo y democrático Egipto. No se olvide que, para la cofradía de los barbudos, «el islam es religión y Estado, libro… y espada».
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