Londres
«Sofi yo contigo quiero ir en serio»
Pilar Urbano revela en «El precio del trono» el coste personal de Don Juan Carlos para lograr la Corona
Comienza la entrevista. Y no paro de responder. «Pilar, el interés es tu libro», le recuerdo. En vano. Porta la investigación en la mirada. Lo único que no se mueve de mi cara mientras un continuo y enérgico baile de brazos rompe su fragilidad física. Explica con vehemencia su libro. Y con exquisitez: «¿Quieres un poco de agua?», se interrumpe en plena exposición de la relación del Rey con Franco. «El precio del Trono» (Ed. Planeta), más de dos lustros de entrevistas, recopilación de cartas manuscritas del Rey y Don Juan, informes de la CIA, documentos confidenciales de la Casa Blanca, notas de embajadores, secretarias, policías y hasta terroristas. Una recapitulación de la historia española desde 1931 hasta 1975, centrada en cómo Don Juan Carlos llegó al poder y que narra secuencias delicadas como la muerte por accidente de «Alfonsito». Y, por supuesto, su compañera de Corona. Y movimiento de la misma. «Sofi». «Cada día tengo menos ganas de casarme. Hasta que no encuentre mi doble, no hay nada que hacer», cuenta Urbano que se lamentaba Juan Carlos tras el fracaso de su relación con Gabriella de Saboya. Y llegó. «Cuando se casan, ambos vienen de haber vivido otra ilusión. Ella sí se casó enamorada. Al Rey le gustó y, además le convenía», asegura la escritora.
Durante el verano de los Juegos Olímpicos en Roma, Doña Sofía invitó a Don Juan Carlos a cenar en el «Polemistis», barco oficial de los monarcas griegos. «No me gustas nada con ese bigote», le informó ella después de la cena. «Pues no sé cómo voy a arreglarlo», fue la respuesta. Sin dudarlo, la futura reina de España le llevó al baño, le sentó y le colocó una toalla húmeda por encima. Cogió la maquinilla de su hermano y levantó su nariz. Él se dejó.
El enganche sentimental entre ambos fue sólido desde el principio. El matrimonio entre Doña Sofía y el príncipe Harald de Noruega se había suspendido al renunciar éste al trono por una plebeya. Y Gabriella de Saboya abandonó a Don Juan Carlos. Según las investigaciones de Urbano, el Rey, en una conversación con su amigo Bernardo Arnoso, le confesó: «Sofi y yo hemos salido juntos estos días. Noto que le gusto. Y a mí ella también. Sin decir nada, yo creo que somos novios».
Un paquete de cerezas
Al principio, el noviazgo no fue fácil. Entre otras cosas por las sospechas del caudillo de la masonería del rey Pablo, padre de Doña Sofía. Hizo falta un informe del arzobispo católico Printesi para demostrar que el rey de Grecia era un cristiano ortodoxo. Mientras se desarrollaban las pesquisas, los futuros monarcas continuaban descubriéndose. Una tarde, callejeando por las calles de Londres –donde acudieron juntos a la boda de Edward de Kent en York–, Juan Carlos se detuvo en seco. «¡Tengo hambre!». Al mirar a su alrededor y ver un puesto de frutas, se aproximó y compró un paquete de cerezas. Narra la escritora que Sofía no dio crédito: «Un príncipe comiendo por la calle y escupiendo los güitos». «¿Quieres? están muy buenas», le ofreció él. Años después, Juan Carlos recordó: «Lo de entendernos medio en inglés, medio en francés era un ‘‘collazo''. Yo le dije: ‘‘Oye, Sofi, contigo quiero ir en serio: o todo o nada. ¿Por qué no salimos un poco más los dos solos, sin prisas?''
Fue una noche, tomando una copa, cuando ella comenzó a «admirarlo». «Nos contamos mil cosas. Vi que tenía un panorama difícil y un futuro incierto. Vivía oficialmente acompañado, pero en un país bajo un régimen militar donde a su padre le tenían prohibida la entrada. Empecé a admirarlo por la alegría con la que llevaba su difícil situación».
El entonces Príncipe no perdía su sentido del humor. Ni en la petición de mano. Sin intercambio de regalos, sin declaración formal. «¡Sofi, cógelo!». Así le colocó el anillo a la futura Reina de España, tras sacarlo de su chaqueta. La petición de mano a su futuro suegro no fue más seria. «Sofi y yo queremos casarnos. Si no tienes inconveniente, me la llevo».
Una situación clave que marca los derroteros de la relación de los monarcas, así como el equilibrio que buscaba constantemente el Rey entre el general y su padre, fue en el viaje de novios. Un día, en el golfo Argélico, recibieron una visita inesperada. Unos consejeros juanistas se presentaron para motivarle a cortar «amarras» con Franco dado su actual estado civil, ya que el crecimiento de Juan Carlos al lado de Franco en España –pactado por Don Juan y el caudillo, con el fin de que con el niño «Juanito» se reinstaurara la monarquía tras el régimen– identificaba demasiado a la monarquía con el fascismo. «¡Eso sería tirar por la borda los años, ¡catorce!, que he me he chupado lejos de mi familia», respondió el monarca. Cuando estaban dudando si organizar el viaje de vuelta a Madrid, en compañía del duque de Frías, éste insistió en que Franco les esperaba. Doña Sofía, que escuchaba en silencio, intervino. «Tu padre está navegando. No sabes qué puertos va a tocar». Le recomendó que le pusiera un cable informándole sobre una invitación de cortesía de Franco. «Juanito, a tu padre ni se lo consultes ni se lo ocultes. Dáselo hecho».
La escritora sonríe ante la pregunta. «No, no tengo miedo escénico. Yo no me caso con nadie. Busco la verdad», afirma. Y continúa explicando cómo entre dos personalidades vivió «Juanito». La paterna, y la del general. Entre una mentalidad idealista y señorial que afirmó «no entonar el ‘‘heil Hitler'' ni por ocho tronos» y una que, según afirma Urbano, sí acordó con Hitler intervenir contra los ingleses en el Pacto de Acero, contra lo que se creía, a la vez que estrechaba la mano de los británicos. Entre los recuerdos de un general que le enseñó a cazar y del que aprendió a «mirar, escuchar y callar», y una instalada pregunta paterna: «¿No lo habrás hecho a propósito?», tras matar accidentalmente a su hermano Alfonso mientras jugaban a dispararse –Don Juan Carlos cogió un arma creyendo que no estaba cargada y apretó el gatillo–. La de un padre que le obligaba a estudiar matemáticas y la de un militar que le aconsejaba no presentarse porque el Rey no podía quedar en ridículo. Un monarca que pasó de ser un pupilo «desobediente y perezoso» a adquirir el carácter necesario para desmarcarse del régimen de Franco y construir una democracia plena sustentada en una soberanía nacional.
El libro de Pilar Urbano también ofrece una visión distinta de algunos episodios de nuestra historia, como que el PNV fue intermediario entre ETA y la CIA cuando ésta organizó el asesinato de Carrero Blanco, o cómo contrataron a Bell, agente secreto estadounidense, bajo la apariencia de profesor de kárate, para mantener relaciones con EEUU sin que Franco intercediera. «De tener miedo, sería de la CIA», bromea.
LAS CLAVES
Con Franco
Según la escritora, entre Franco y don Juan Carlos sí se generaron «lazos afectivos», ya que creció y se educó con él. «No era franquista, pero sí agradecido. Por eso no permitía que se hablara mal de él en su presencia», asegura.
Accidente
«Alfonsito», el hermano del Rey, entró en su despacho mientras él escribía una carta. Simuló tener una metralleta y atacarle. Juan Carlos sacó de su cajón una Long Star creyendo que no estaba cargada.
Misa por el trono
Tras la Jura del Rey, desde París, Don Juan le envió un mensaje verbal a través de Fontán. «Dile a mi hijo que a él, porque tiene el aval de Franco, le dejarán hacer cosas que no me dejarían. Que actúe con la seguridad de que el Rey es él».
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