San Sebastián
Bobby
El despacho moscovita del georgiano Shevarnadze lo presidía un busto de John Fitzgerald Kennedy. En el gran salón de reuniones del príncipe zulú Buthelesi en Ulundi, Kennedy imperaba desde su hueca mirada de bronce. El gran atractivo de Mihail Gorbachov es que aprendió a sonreír como los Kennedy. Algo de ello tiene Clinton. Kennedy, política aparte, fue un triunfador con una personalidad arrolladora. Y toda su familia depende del busto. Llevan decenas de años cobijadas en la nuca de ese busto para dar el coñazo a la humanidad. Hay más kennedys que bardemes, que ya es decir. Su hermano «Ted», el superviviente, fue el heredero tonto de la saga. Se dice que la inteligencia la llevaba puesta Robert, Fiscal General durante la presidencia de John (llamado Jack en familia, porque los americanos son así, que llaman Jack a John y John a Jack, para hacerlo más fácil), y también asesinado en plena campaña electoral. Robert, al que llamaban Bob, no tenía el carisma de John, pero le sobraba coraje. Físicamente era el menos irlandés, por bajito, si bien es cierto que en mis visitas a Irlanda he visto muchos más bajitos que en España. Un hijo de Bob, llamado Bobby, es anticapitalista. Resulta comodísimo ser millonario y anticapitalista. En mi juventud había mucho de eso por Madrid. Hijos e hijas de ricos empresarios que jugaban a ser «progres». Y quedaban muy bien. Así que Bobby se ha erigido un obelisco anticapitalista en su mente, y va de un lado al otro del mundo dando conferencias, como Al Gore, denunciando la corrupción de los poderosos. Denunciando al abuelo, en una palabra, que amasó una inmensa fortuna vendiendo alcohol durante la absurda Ley Seca. Bobby ha hablado en Cáceres como Presidente de la Alianza de Guardianes del Agua, que es una alianza como la de civilizaciones de Zapatero o la que pretende impulsar Leire Pajín en los países árabes, la Alianza Fuerte de Mujeres, que así está de tarumba la de Benidorm. Bobby es también «Amigo de los Árboles» (como el menda que firma), y cuando no le sale lo del agua habla de los árboles y se gana unos dolarillos para ir tirando. Me sorprende esta faceta oradora de Bobby, la que conocí en San Sebastián pocos meses después del asesinato de su padre. Bobby era muy callado y bastante torpe. Un americano primitivo. Su familia lo mandó a España para que atenuara su tristeza, que era honda. Y yo caí en el grupo de encomendados para acompañarlo. No he conocido en mi vida un tipo tan soso. Su conversación podía ser comparada con la de un tamarindo. En todos los jardines de San Sebastián hay tamarindos, y en alguna ocasión, volviendo de madrugada de alguna fiesta, he tenido el placer de abrazarme y hablar con algunos de ellos, y puedo asegurar que son mucho más flexibles e inteligentes que Bobby. Todos evolucionamos, pero este Bob lo ha hecho de forma extraordinaria. Nunca pude figurarme que aquel entristecido cefalópodo daría conferencias en el futuro. Todo gracias al magnetismo del Kennedy del busto, que lo tenía. Y que lo mantiene, según se aprecian las circunstancias. Pondré en mi despacho un busto del Kennedy por antonomasia, y a ver si hay suerte. Le eché una mano cuando más lo necesitaba. Y me fastidió todo un verano. Me lo merezco.
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