España

Encrucijada educativa

La Razón
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El curso escolar comienza con un récord de alumnos matriculados en el conjunto de las enseñanzas no universitarias y también con obstáculos importantes que salvar. No será un año rutinario, porque está condicionado por dos circunstancias tan poco anecdóticas como la crisis económica y los procesos electorales que esperan a la vuelta de la esquina. El efecto contagio convulsionará, se quiera o no, el desarrollo del curso y las posibles mejoras de un sistema necesitado de cambios y huérfano de la voluntad política para acometerlos.

El frustrado Pacto por la Educación fue una oportunidad perdida para enterrar un modelo heredado de la LOGSE, que condujo a España a una pendiente de retroceso en la formación de nuestros escolares. La buena voluntad y la capacidad para el diálogo del ministro Ángel Gabilondo no fueron suficientes para entender y concretar que España necesita acabar con un sistema adoctrinador e ideológico y no maquillarlo. Una legislación cuyos frutos han sido un 30% de abandono escolar, el doble de la Unión Europea, y que nuestro país ocupe el puesto 32 en la clasificación mundial de Educación, no puede cimentar el futuro, si se pretende que alcancemos el nivel de los países de nuestro entorno.

Es cierto que, a falta de ese Pacto, Gabilondo rescató aspectos puntuales del mismo para ser negociados con las comunidades, y que preservan los objetivos de la educación para la próxima década. Ese Plan de Acción gravita en torno a cinco propósitos: mejorar el rendimiento escolar, modernizar el sistema educativo, un plan estratégico de Formación Profesional, información y evaluación como factores para mejorar la calidad de la educación y el profesorado. El Ministerio se topará con la falta de presupuesto y con una coyuntura electoral que deja a los gobiernos regionales en una situación de interinidad. Por no hablar de que el Plan parece más un catálogo de parches bienintencionados que la intervención global y compacta que se necesita.

En cualquier caso, ese complejo panorama nos aboca a un año escolar para muchos casi perdido. Lo cierto es que, sin dinero y con las administraciones con la mente puesta en las urnas, las dificultades serán extraordinarias. Ese carácter de provisionalidad que lo impregna alimenta la resignación de un colectivo que necesita más estímulos y respuestas y menos incertidumbres.

Los gobiernos socialistas han fomentado históricamente una educación donde la cultura del esfuerzo y de la exigencia no ha existido y donde se ha pretendido minimizar el papel de los padres y del ámbito familiar en la tarea educativa, con injerencias crecientes del poder político. La crisis de valores y de principios que sufre la sociedad ha alcanzado las aulas porque ha encontrado un caldo de cultivo favorable. En este extremo, el nuevo curso escolar ofrece más de lo mismo, además de la decepción de que el Gobierno haya sido capaz de interiorizar que nos jugamos el futuro en la encrucijada educativa.