Sevilla
La metamorfosis de Cristiano Ronaldo
MADRID-Lleva dos años y medio en el Real Madrid y la noche del domingo vivió la sensación más bonita desde que viste de blanco. La de la compenetración de la grada, el «feed-back» («retroalimentación, conjunto de reacciones o respuestas que manifiesta un receptor respecto a la actuación del emisor, lo que es tenido en cuenta por este para cambiar o modificar su mensaje») con el aficionado del Bernabéu, y los tímidos silbidos que ha recibido de los suyos frente al Barça o ante el Granada se transformaron en el corear unánime de su nombre: «Cristiaaaano, Cristiaaaano...». Sintió más que nunca que congeniaba con la grada, la complicidad, y que se había ganado el corazón de muchos madridistas, y sintió «mucha alegría». «Era lo que buscaba hace mucho tiempo, oír a la afición cantar mi nombre».
Ha sido un proceso largo hasta que el portugués ha entendido la idiosincrasia del madridismo, para la que no basta con la extrema profesionalidad, sacrificio, compromiso y competitividad de un futbolista, y que repudia el excesivo individualismo, así como los gestos estridentes hasta rayar en el descaro, en la pataleta. Que los ha tenido esta temporada, como cuando no celebró su gol –el quinto– ante el Granada, enfadado, por unos pitidos aislados.
Ha sido un largo proceso hasta que el portugués ha superado la ansiedad de no sentirse querido, de querer dar más al Madrid de lo que Messi da al Barcelona, de que los grandes premios caigan casi siempre del lado del «10» argentino, de la deshonra de que no brilla frente al eterno rival o en las grandes citas. A todo ello le ha ayudado mucho Zidane –al que también le costó ganarse el beneplácito del madridismo, que llegó a dudar de la capacidad de uno de los mejores jugadores del mundo para jugar en el Real Madrid– y la defensa a ultranza de Mourinho.
Ha sido un largo proceso hasta que Cristiano ha entendido que debía vaciarse en el campo no sólo en ataque (tirando a puerta una y otra vez, desesperado) sino también en defensa; formar más parte del juego colectivo y no obsesionarse innecesariamente. La gran prueba de ello fue ante el Levante. Por primera vez en meses, Ronaldo se hizo a un lado y fueron Xabi Alonso y Özil quienes lanzaron el libre directo. No él. Había cedido el protagonismo y a la cabezonería.
Una metamorfosis que ha repercutido en su favor. Además del aplauso colectivo, en lo personal Cristiano está moldeando la mejor temporada de su carrera. Lleva 27 goles en 22 partidos (21 de titular) y a este ritmo volvería a pulverizar consecutivamente la marca del «Pichichi»: de los 41 goles de récord del pasado curso podría llegar a las 46 dianas. En total, este curso ha hecho 34 goles en 33 partidos (a los 27 de Liga, se unen 3 en Liga de Campeones, 3 en Copa y 1 en Supercopa. La «Bota de Oro», a día de hoy, vuelve a llevar su nombre. El «hat-trick» del domingo fue el último, pero ha marcado seis esta temporada. Tres en casa (con el del Rayo y el Osasuna) y tres a domicilio (Zaragoza, Málaga y Sevilla), con lo que es el segundo futbolista de la historia de la Liga que más «tripletas» atesora, sólo por detrás de Di Stéfano. A Puskas ya lo dejó atrás. En tan sólo dos temporadas y media ha marcado los mismos goles (120) en 122 partidos que en el Manchester en 292 encuentros. Su promedio goleador en la «Premier» era de 0,4 goles por partido; en el Madrid su media es de 0,97.
Le hacía falta sentirse tan querido como Raúl, Roberto Carlos, Zidane, Beckham..., como un «galáctico». El domingo lo consiguió. Y fue feliz
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