
Acoso sexual
Flores aplastadas por Paloma Pedrero

Tres tenían dieciocho, Belén no los había cumplido. En la flor de la vida estaban las muchachitas aplastadas en la jodida fiesta de Halloween. Fiesta idiota e importada que conecta con esa parte violenta y mortífera que tenemos todos, cuanto menos evolucionados más.
Esa edad tenían las criaturas que estaban empezando a saborear su mayoría de edad, su derecho a elegir su futura profesión, su posibilidad de amar con más fuerza. O quizá de cambiar el mundo. Ellas no llevaban bengalas ni petardos en el bolso, esas pirotecnias que tantos y tantos heridos causan en las fiestas populares de este país, y que los mandamases no prohíben con firmeza.
Ellas eran mujeres, menos fuertes físicamente. Ahí no hubo galantería posible, cuando hay que salvar el pellejo, la fuerza es la que manda. Ni el novio de una de ellas pudo hacer nada por su chica en la estampida. Cinco mujeres quedaron abajo, con el tórax hundido, con los pechos pisoteados. Sin aire. Es estúpido que sigamos hablando de mundos desarrollados cuando nuestros jóvenes se divierten así, macro fiestas de ruidos ensordecedores, alcohol a raudales, peleas y más peleas entre ellos, pastillas, peligro, vacío interior… Ahí no puede haber alegría verdadera, ni comunicación honda, ni lugar para amarse. Esa diversión embrutece y, como hemos visto mata. Mientras, los buitrecillos de la pela siguen haciendo su agosto. Vendiendo más de lo permitido, contratando la menor seguridad, dejando que en el propio escenario se hagan violencias. Estúpidas fiestas de ruido y muerte. Esta última de Halloween ha abatido a unas muchachas en flor a las que esta tribu había convencido de que aquello era divertidísimo. Estoy indignada, dolida con esta sociedad. Con esta tribu.
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