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El principal activo de Japón por Josep PIQUÉ

Muchas veces me he preguntado sobre las causas del llamado «milagro japonés» que, como sucedió con Alemania, permitió una recuperación rapidísima y espectacular de su sociedad y de su economía, después de la tremenda debacle que supuso su derrota en la Segunda Guerra Mundial, la destrucción de buena parte de su tejido industrial, la muerte de centenares de miles de personas y con el trauma trágicamente añadido de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

La innovación tecnológica explica en parte el auge económico de Japón
La innovación tecnológica explica en parte el auge económico de Japónlarazon

Es cierto que, gracias a la imposición de los vencedores norteamericanos, se implantó en Japón un sistema liberal y democrático, ajeno hasta entonces a su tradición teocrática y autoritaria, y una economía de mercado, que muy rápidamente se orientó al exterior, generando enormes superávit comerciales, sobre la base de una estructura productiva basada en una industria muy competitiva y que, gracias a una innovación tecnológica constante, no sólo colocaba sus productos en los mercados internacionales, sino que fue implantándose, a través de inversión directa en el exterior, en muchos países. Y, entre ellos, y de manera especial durante los años ochenta, en España. Y todo supuso un crecimiento económico impresionante que situó a Japón como la segunda economía del mundo, el segundo país exportador y un enorme exportador neto de capitales.

Y ello explica que durante los años setenta, cuando en Europa todavía hablábamos del «desafío americano», empezamos a mirarnos en el espejo japonés como ejemplo de competitividad, y que, en los años ochenta, en nuestras escuelas de negocios, los ejemplos a imitar fueran, en muchísimos casos, los que nos ofrecían muchas empresas japonesas. Y también, por cierto, una política industrial que, articulada a través del famoso MITI (el Ministerio de Industria y Comercio Internacional), imbricaba los intereses del sector privado con las políticas públicas, «subordinando» el sistema bancario a los intereses de las grandes corporaciones industriales.

Y si bien es cierto que el sistema entra en crisis a principios de los años noventa, con una crisis bancaria no reconocida pero que supone una quiebra de la confianza de los ahorradores y genera lo que los economistas denominamos una «trampa de la liquidez», con un exceso de ahorro interno y una demanda efectiva débil que genera deflación, el nivel alcanzado por Japón, en todo caso, ha permitido que, a pesar de dos décadas de relativo estancamiento económico, hayamos tenido que esperar hasta hoy, con la irrupción irresistible de China, para que Japón haya tenido que ceder el segundo puesto en el ranking mundial. Pero sigue siendo una economía más potente que la de Alemania o que la de cualquier otro país emergente. Y así va a ser durante mucho tiempo, a pesar del quebranto que supondrá la enorme catástrofe que está viviendo. Y es cierto también que, ante la debilidad de su crecimiento en los últimos veinte años, la reacción de los diferentes gobiernos ha sido burdamente «keynesiana»; es decir, pensar que con fuertes estímulos fiscales y una política monetaria muy laxa se iba a recuperar la demanda efectiva. Y no ha sido así porque los agentes económicos privados han reaccionado incrementando su tasa de ahorro, mientras crecía desmesuradamente el endeudamiento público. Afortunadamente, cubierto por el ahorro interno y sin mayor quebranto de la confianza exterior sobre la solvencia del país. Es decir, la economía japonesa se enfrenta a serios problemas estructurales. Pero, sin duda, sigue teniendo enormes fortalezas en su tejido productivo. Y la mayor es, sin duda, su capacidad para la innovación tecnológica.


Un país periférico
Y, en consecuencia, creo que es un profundo error que, por la famosa y habitual Ley del Péndulo, pasáramos de hablar constantemente de Japón, para omitirlo después. Ahora la tragedia bíblica que está viviendo nos lo recuerda de manera dramática. Japón es un país fundamental para el mundo. Y ahí viene una consideración de fondo. Japón es un archipiélago alejado del centro del mundo. Periférico. Sin materias primas. No tiene ni petróleo, gas, ni recursos minerales. Es pequeño y superpoblado. Pero su población –130 millones– no le permite –como le pasa a Rusia– pretender una gran potencia en este siglo XXI. ¿Qué tiene entonces Japón?

Y la respuesta me parece obvia. Japón tiene como principal activo algo insustituible: los japoneses. Que nos han demostrado una vez más que son un pueblo sereno, disciplinado, y que sabe afrontar con rigor las mayores catástrofes. Porque, más allá de las deleznables declaraciones del inefable comisario europeo de la Energía, la Apocalipsis la han vivido ya los japoneses con el terremoto ingente y el posterior tsunami. Con independencia de lo que acabe sucediendo con la central de Fukushima. Y una mínima sensibilidad ante el enorme sufrimiento por el que está pasando Japón debería obligar a algunos responsables políticos a ser más comedidos…


Una reacción ejemplar
Pero quisiera quedarme en lo fundamental: la reacción del pueblo japonés ante la sucesión de catástrofes sin precedentes ha sido ejemplar: ni un gesto de desesperación ni de indisciplina, guardando las colas o evitando cualquier tentación de saqueo en medio del caos. Absolutamente admirable.

Y por todo eso, tengo una seguridad: Japón volverá a superar todos sus problemas. Y lo hará como lo ha hecho desde hace décadas: desde el esfuerzo, la disciplina, el rigor, y el sentido colectivo de solidaridad cuando se necesita. Un pueblo admirable. Nadie puede pretender entender a Japón sin su principal activo: los japoneses.

Con ellos y para ellos, toda nuestra solidaridad. Solidaridad que queremos expresar de muchas maneras que iremos viendo en los próximos días. Pero que quisiera explicitar de un modo muy concreto: íbamos a celebrar nuestro próximo foro en Japón en noviembre. En la bellísima ciudad de Sendai, la «ciudad de los árboles», hoy trágicamente destruida. Nuestro compromiso, desde España, es que, si es posible, hagamos el foro entre nuestros dos países, precisamente en Sendai. Como muestra clara de apoyo, de solidaridad, y de profundo sentimiento de amistad. Ojalá podamos.


Josep Piqué
Presidente del Foro y de la Fundación Consejo España-Japón.