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Mark Lanegan voz de aguarrás

Una biografía difícil, unas cuantas adicciones, carácter patibulario y un enorme disco pantanoso le adornan. No se extrañen si anuncia el ApocalipsisPARA NO PERDERSEDónde: Teatro Kapital. C/ Atocha, 125. Cuándo: domingo, 1 de abril. Cuánto: 20 euros.

Mark Lanegan voz de aguarrás
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MADRID- Sin el Misisipi no tendríamos hoy ni blues, ni rock ni jazz. De ahí surgió todo. La mística en torno a su fuerza ha alcanzado altísimas cotas, como también el reverso tenebroso de sus aguas, que Dickens definió como un «abominable monstruo limoso». Ni en sus peores días el padre río suena tan amenazante como «Blues Funeral», el último álbum en solitario de Mark Lanegan, cuyo carácter arisco va en consonancia con sus composiciones.

Lanegan, nacido en una familia problemática, entró joven en las drogas, que le condujeron a la cárcel y de las que parece que está limpio a estas alturas. Criado cerca de Seattle (Estados Unidos) en plena explosión del grunge, cuna del movimiento, su grupo, Screaming Trees, no conoció el éxito que sus vecinos de Nirvana o Pearl Jam a pesar de firmar por la discográfica madre del género, SubPop. Desde entonces, su carrera se ha movido por múltiples colaboraciones, algunas malogradas por su carácter, entre ellas, la última con Isobel Campbell (ex Belle & Sebastian), no menos arisca que Lanegan. Su voz vuelve a alzarse («es áspera como una barba de tres días y flexible como una gamuza de terciopelo», como la describe él mismo) en un disco con arranques de sintetizadores sobre la guitarra y el tono del predicador que llega a un pueblo del oeste americano. En el paisaje que describe hay ahorcados que nos acechan a los lados del camino, fríos azules del anochecer y hombres que dejan el arma sobre la mesa de madera como tarjeta de visita.

El disco despliega una densa belleza y rinde homenaje al sonido sureño actualizando los códigos, como hace en «St. Louis Elegy» o «The Gravedigger's Song», y, de forma más directa, alude al blues de la ciénaga en «Bleeding Muddy Water», que es tanto elegía de Muddy Waters como una imagen que nos hace removernos en la silla («Agua embarrada y sangrante» sería la traducción del título), tal y como le gusta a Lanegan: igual que caminar hundido hasta las rodillas en el Misisipi.