Japón

Radioactividad por Fernando SÁNCHEZ-DRAGÓ

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 El otro día fui a recoger un paquete que me enviaban desde Japón. En él había un puñado de envases de Sumo Reishi, producto dietético de saludables efectos terapéuticos. Dietético, digo… No se trata de un fármaco, sino de una seta que puede adquirirse incluso en los supermercados. La tomo con férrea regularidad desde hace veinte años y atribuyo a ella, en no escasa medida, mi no menos férrea salud. De las virtudes del reishi hablaré otro día. Baste hoy con decir que una de ellas consiste precisamente en su capacidad paliativa de los efectos secundarios de la quimio y radioterapia. Pues bien… No me dejaron recoger el paquete debido a su procedencia. Me dijeron que había un interdicto aplicable a todo lo que llega de Japón y que, para sortear el obstáculo, tenía que aportar dos kilos en bruto del producto y someterlos, previo pago, a las pruebas analíticas de su índice de radioactividad. ¡Dos kilos! O sea: el equivalente, grosso modo, a dos mil dosis, pues son seis cápsulas de 195 miligramos, divididas en dos tomas, las que yo ingiero cada día. En Japón, fuera de la zona directamente afectada por los reactores averiados en Fukushima, la radioactividad del agua, el aire, la tierra y los productos que en ella nacen es igual o inferior a la de estos pagos. ¡Basta ya de tonterías, por favor! No soy un niño, un loco, ni un suicida. Permítanme Bruselas, el Ministerio de Sanidad y las autoridades aduaneras seguir haciendo lo que siempre he hecho. Recuperen la cordura. Mi salud se lo agradecerá.