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Corrupciones e insensateces

La Razón
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Algo tendrán que ver también los éxitos de la novela negra, del cine inspirado en la corrupción, algunas series que se emiten por televisión o estos juegos presididos por la violencia con este nuevo milenio. Cabe entenderlo como escapismo ante la vida mediocre que se augura a la mayoría de una población que no disimula su desencanto, pero viene a coincidir con la realidad. El 85,6% de los españoles entiende que la corrupción está «muy» o «bastante extendida». Corrupción se confunde, en ocasiones, con fraude. Las responsabilidades se atribuyen a la clase política. No son, pues, casuales ni los «indignados», de la facción que sean, ni los indiferentes. Sin embargo, nos manifestamos benévolos. La crisis está conduciéndonos a una perversión de valores y a un casi menosprecio de la honradez. Nadie adivina las razones profundas por las que la agencia de calificación Moody´s la ha tomado con la deuda soberana de nuestro país vecino hasta considerar sus bonos basura, término seudoeconómico hoy difundido y que se aplica, también, a algún banco que está a punto de iniciar su andadura en Bolsa. ¿Serán 26? De Grecia parece que va a ocuparse en los próximos días, con los inquisitoriales ojos habituales, el FMI, aunque ahora, gracias a la siempre elegante Christine Lagarde, sin testosterona. EE UU y Europa se consideraban el eje mundial, pero éste se está torciendo hacia los países emergentes de Asia y América. Y la presidenta del FMI no ha olvidado dar un suave tirón de orejas a la deuda estadounidense. Hacia los emergentes fluye el capital que encuentra más rentabilidad en aquellas zonas que en los países occidentales, donde todo cuesta ya un ojo de la cara. Cabe suponer que tras la apreciación de esta agencia llegarán las de sus hermanas Standad & Poors y Fitch, indiferentes ante sus errores en los orígenes de la crisis más crítica desde el crac del 29. Los actores son los mismos y, bajo otro orden mundial, la avaricia (Ezra Pound dixit) sigue presidiendo los fondos dinerarios.
Todo parece indicar que ni la picaresca ni la corrupción son fruto indígena, sino compartido –tal vez con otras características y niveles– en este mundo globalizado que algunos admiran, pero que teme la mayoría. Porque, en contraste con el progreso que se predica, se sigue incrementando el hambre, aumenta el precio de los alimentos y resulta escandalosa la mortalidad infantil en el África negra. Poco debe esperarse de unos mercados que juegan a sus anchas en un campo sin reglas o que se rigen por las que ellos mismos crean y sostienen. Parece impensable que un socialista que está virando hacia la izquierda como Pérez Rubalcaba aluda a la «sensatez de los mercados», porque tal consideración estaría más próxima a la CEOE y a su pensamiento económico liberal. El ciudadano resta, si no atónito, desconcertado al menos, cuando observa que el PP apoya al PSOE en el País Vasco, mientras aumentan los votantes de Bildu, que ya ocupa considerables cotas de poder; que en Extremadura es IU quien abre paso al PP en la presidencia de la comunidad y las posiciones declaradas por los conservadores se encuentran más a la izquierda que las del PSOE. En Cataluña ha desaparecido cualquier asomo de socioconvergencia y Mascarell, que desertó del PSC para acogerse al cargo que le ofreció Mas, renuncia a una coherencia que le llevó hasta las puertas de la presidencia de su anterior partido. El desorden no es menor en nuestra vecina y también mediterránea Italia o en Francia, donde el posible candidato socialista jugó a un presunto satirismo en un lujoso hotel neoyorquino y dio –presidente del FMI– con sus huesos en los calabozos de Harlem. A Sarkozy, a la espera de su nuevo vástago, se le abrió el cielo, dada su decadente popularidad incluso entre los suyos.
Pero los países europeos no mediterráneos tampoco atraviesan sus mejores momentos. Dinamarca, por ejemplo, ha restaurado los controles fronterizos, vulnerando un tratado de no hace tantos años. En Holanda, las libertades que parecían desmedidas han ido desapareciendo y la Sra. Merkel va perdiendo elecciones en sus «lands». Tal vez su caída no sea inmediata, pero habrá que restaurar una confianza que se evapora. Sin embargo, salvo Italia, España sigue siendo cabeza de serie de la corrupción y no sólo institucional. Serán «ocurrencias», pero los sueldos que se proponen algunos banqueros, cuyas entidades fueron rescatadas, resultan escandalosos. Lo denunciaron los «indignados», pero ya llegan a los partidos. No cabe esperar del mundo financiero otra ética que el beneficio. Al fin y al cabo, quien mantiene sus ahorros en una institución confía en sacar de ellos la mayor rentabilidad. Pocos son los que dimiten, como el ex ministro Alberto Oliart, ya octogenario, de una responsabilidad como la dirección de RTVE, más que un Ministerio, por la concesión legal a una empresa dirigida por su hijo. Consensuado por las dos grandes formaciones, no será fácil descubrir alguien que parezca neutral al filo de elecciones generales. No se habla ya de brotes verdes, pero alguna esperanza ha de surgir en este horizonte cargado de tormentas. Cabe dudar que surja de la campaña.