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Perfume oficial

La Razón
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Hablando de la rica fauna ibérica en animales «caseros, domésticos, domesticados, silvestres y asilvestrados», entre los que se incluye la capra hispánica, el político tránsfuga y la gabardina de los Albertos, Víctor Márquez Reviriego recuerda en «El desembarco andaluz» la cáscara genealógica del saxofón marino: «Se diría que el animal andaluz más ‘in' es el langostino, rampante grifo heráldico de la Junta, maravilla del cambio socialista y de la adaptación ambiental pues, nacido y nadado donde el padre Guadalquivir junta sus aguas con la mar oceana, triunfa socialmente en el mismo Sena parisién». Tiene efectivamente el langostino algún tipo de poder telúrico, que amartela como ningún otro a la clase política y le lleva a poner pie y medio en el precipicio. ¡Ay Pepote Rodríguez de la Borbolla! Si no fuera así, no se explica la foto de la semana, en la que aparecen el primer teniente de alcalde de la capital hispalense, Antonio Rodrigo Torrijos, y el factótum imputado de Mercasevilla, Fernando Mellet, birra en mano y ante dos torres gemelas de marisco en las que además de ostras, centollos y carabineros, había lógicamente grandes langostinos chorreados en verdugo. Estaban –dicen– trabajando en Bruselas y, después de tanto trabajo, a los glotones Pantagruel y Gargantúa no les apetecía la col – que debe ser el plato típico– como animal de compañía.
Siguiendo con el delicioso «Desembarco Andaluz», dice Márquez Reviriego que el régimen –el de Franco– tenía el marisco como perfume oficial. Manolo Summers le habló de hecho alguna vez de un edil del franquismo madrileño, Ezequiel Puig Maestro-Amado, que siempre iba desprendiendo un denso olor a gambas. La foto de Torrijos y Mellet, además de ser de una torpeza fenomenal, huele a los olores de regímenes añejos, a ese perfume que desprende la democracia cuando le importa cuatro leches la opinión y el dinero de los ciudadanos. Si hay desafecto a la política no es sólo porque la calle se haya enamorado de Belén Esteban, sino porque la calle, asfaltada de colas del Inem, se está dando cuenta de que hay muchos políticos a los que, como a Ezequiel Puig, siempre les huelen las manos a gambas. Por eso, yo no sé si los 730.000 euros en subvenciones para formación que ha recibido la empresa de la mujer de Rafael Velasco son lícitas o ilícitas, si el PP tiende o no un manto de sospechas, lo que sí creo es que el ex «número dos» socialista, cuando se fue, ya le olían las manos a perfume oficial.