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Intenciones

La Razón
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«De buenas intenciones está el infierno lleno», y lo de menos es que el refrán acuda a algo tan anticuado como el infierno, que la Iglesia en su progreso ha desechado, y lo mismo si se le añadiera «de malas, el cielo»: lo que importa es la sintaxis y que nos ayude a reírnos de las intenciones. Intenciones, propósitos, voluntades (ya el corazón te lo decía por lo bajo) son todo ilusión: se fundan en el fin, en que el que hace lo que haga tiene una idea clara de para qué lo hace, sabe a qué bien futuro se dirige, y eso es ilusión: por fortuna (es lo que puede dejar aún una vida y razón libres), ni hay futuro cierto ni las cosas se rigen por una cadena de causas tan rígida y simple como la de contabilidades, estadísticas o silogismos, y los propósitos están fallando a cada paso; pero, ay, las ilusiones son también reales, y tan potentes…

Las intenciones, siempre buenas (las malas no son más que buenas disfrazadas), están siempre justificando todas las penas, violencias, censuras, sacrificios al Dios que sea; y esto lo mismo al nivel del individuo personal (tú mismo, lector, si te paras un momento a dejarte sentir la verdad de tus mentiras, a ver de dónde le viene a tu vida lo que tenga de imbecilidad, de traición a los sentimientos, de conformidad con la basura, de trabajo sin gozo ni sentido, de horarios, de cumpleaños tuyos y de los tuyos), y más aún para las personas más altas, el Estado, el capital con sus proyectos y la Ciencia a su servicio: ¿quién arrasa bosques y ríos, quién nos recluye en nichos de bloques de suburbios, quién multiplica leyes y normas, quién llena de noticias los ojos y los oídos? Pues el Bien, siempre el bien futuro, el progreso hacia un bien siempre mejor: sólo con esa justificación pueden hacer lo que hacen. Con buenas intenciones está hecho todo lo que haya de infierno en este mundo. Y contra eso ¿qué? Tan sencillo: basta con oír lo que el Verbo dice desde la cruz: «No saben lo que hacen». Con eso, amigo, no vas a hallar ningún camino de salvación, pero, al menos, no tendrás ya justificación para volver a crucificar a Cristo, por ejemplo.