Europa

Vitoria

Ken Follett y los pilares del siglo XX

Ken Follett, a diferencia de otros colegas de género, es un hombre honesto, que no inventa pretextos para su literatura de éxito. Comenzó a escribir novelas porque el sueldo no le daba para sacar el coche del garaje. Desde entonces ha podido sacar muchas veces el coche del garaje. Incluso, si quisiera, podría comprarse hasta el garaje. La fama no le ha sido esquiva.

Ken Follett y los pilares del siglo XX
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Desde el principio le ha proporcionado una legión de fans predispuestos a cruzar las geografías más dispares para que el novelista estampe su firma en algún ejemplar de sus libros. Él no se esconde. Le complace, se diría. Hace lo que hace y dice por qué lo hace.

Ningún problema. El matiz, la distinción respecto a otros compañeros con mayores ínfulas, es su humildad y, sobre todo, su necesidad de superarse. En el fondo, Ken follett es un artesano, un artífice voluntarioso del «best seller». Ha convertido sus libros en un ejercicio de perfeccionamiento: quiere que la gente disfrute con sus obras, y se esfuerza para que sea así.

Él es su propia competencia. Habla con sus lectores. Responde a los correos electrónicos que recibe y se interesa por lo que les gusta o no de sus historias. Él, como un sociólogo atento, fino, predispuesto, escucha, toma nota y, después, incorpora ideas y desecha otras. De esta manera mejora sus títulos y les da un toque que, eso sí, es suyo, y no pertenece a nadie más. Es su talento, su singularidad, el don para captar lectores en las redes de sus argumentos y que no paren de leer ni para dar las buenas noches a su pareja.

Su fama eclosionó con uno de esos «hits» imprevistos. Un tocho sobre la construcción de una catedral que levantaba dudas y hacía palidecer al más predispuesto. Se aupó de inmediato a lo más alto de las listas de venta sin dificultades. «Los pilares de la tierra» rompía la tendencia. En una década que venía dominada por, entre otros, «El nombre de la rosa» (1980), «La insoportable levedad del ser» (1984) y «El perfume» (1985), este «best seller» (todavía es uno de los libros que más se venden en las librerías en sus diversas y múltiples ediciones existentes) acaparó los escaparates y abrió una escuela que todavía continúa. Por supuesto, hubo otros títulos, y una secuela reciente de su mayor éxito (que fue el undécimo título de su dilatada carrera): «Un mundo sin fin».

Una historia diferente

El autor aborda ahora su proyecto más ambicioso, más prometedor y arriesgado: «The Century», una trilogía sobre la historia siglo XX que no deja acontecimiento sin repasar. El primer volumen, «La caída de los gigantes» (Plaza & Janés), llegó ayer al mismo tiempo a las librerías de todo el mundo. Un lanzamiento global que convierte en más fenómeno el fenómeno Ken Follett. «Quería crear otra historia que tuviera el mismo encanto para mis lectores», ha comentado el autor referiéndose a su anterior saga, ambientada en la Edad Media. «Por eso decidí escribir sobre el siglo XX y retratar a los europeos y a los americanos que vivieron aquella época tan emocionante y, a la vez, tan violenta de la historia de la humanidad».

La trama arranca desde nuestros ancestros, de sus luchas y dificultades para salir adelante: «Esta centuria recoge la historia de mis abuelos y de los vuestros, de nuestros padres y de nuestras propias vidas. De alguna forma es la historia de todos nosotros». La primera entrega se centra en la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la lucha por el sufragio femenino. En el siguiente, la Segunda Guerra Mundial y, por supuesto, la Guerra Civil española. La última, el broche de la saga, aborda la Guerra Fría. ¿Pero a través de qué personajes levanta la trama? Ken Follett ha tenido que derrochar imaginación y crear varias generaciones de protagonistas. Nombres que muchos ya irán memorizando. Los Williams, una familia de mineros del carbón en Gales, con David como padre de familia, y cuyos hijos, Billy y Ethel, afrontarán uno de los grandes desafíos de la humanidad: conseguir los derechos de su clase social y la emancipación de los obreros y las mujeres. Enfrente tendrán a los Fitzherbert, dinastía aristócrata inglesa, propietarios de las minas, y en cuyo seno, a pesar de creer en la democracia, se tomarán desafortunadas decisiones políticas.

De Rusia a Estados Unidos

Para abarcar el resto de Europa, Ken Follett ha dado nombre a otros tres clanes: los Kostin, hermanos rusos, los dos huérfanos, que asistirán al nacimiento del comunismo y a la caída del zar. Los Ulrich, alemanes bien asentados, involucrados en el servicio de inteligencia de Austria y de Gran Bretaña. Y los Dewar, norteamericanos de alta sociedad, que representan el mundo que va a llegar. Follett se convierte en testigo de las transformaciones humanas, de las rebeliones contra la injusticia, de las pasiones que desencadenan las utopías y los horrores y consecuencias de una centuria a través de este viaje por Europa y la historia. Follett desarrolla así una vieja obsesión de su niñez, cuando, alejado de la radio, de la televisión y de la música, como ha repetido en algunas entrevistas, se instaló en su cuarto y mató las horas del reloj con un puñado de lecturas. Sobre estos libros, ha contado el escritor en varias ocasiones, forjó su pasión por las narraciones que alejan al lector de su mundo, de su época, que lo alejan del instante en el que vive. En definitiva, una vocación de niño, que siempre es una vocación ambiciosa: contar historias que entretengan.


También la guerra civil
Lo dijo en Vitoria, cuando presentó «Un mundo sin fin». Estoy preparando una trilogía sobre el siglo XX y aparece la Guerra Civil española. Dicho y hecho. Ken Follett ha cumplido con su palabra. En el siguiente volumen de esta trilogía aparece la contienda bélica que dividió España por la mitad en 1936. En aquel momento, ya esbozó una de las razones que le ha llevado a trasladar a varios de sus protagonistas a tierras peninsulares. La confrontación que derribó la República se convirtió en uno de los escenarios políticos más importantes antes de que se desencadenara la Segunda Guerra Mundial que flageló Europa. Unas trincheras en las que se implicaron muchos voluntarios, muchos idealistas cautivados por las ideologías y por la sed de justicia que pretendieron cumplir con las obligaciones que se negaron a acometer sus gobiernos. Follett recoge este escenario, sumerge a sus personajes en el frente español, con sus entusiasmos y sus frustraciones. La incógnita que ha quedado suspendida en el aire, y que atraerá a más de un lector, es cómo ha reflejado un asunto tan espinoso y si será más novelista o más historiador. Habrá que esperar.