Presentación

El móvil

La Razón
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Lo asumo: a estas alturas de mi vida no sé vivir sin móvil. Si me llaman porque me están llamando; si no, porque me siento desconectada del mundo, el sentimiento de soledad se agudiza y la sensación de que no sólo no estás sino que además no te esperan me procura demasiado vértigo. Y para los famosos es la mejor manera de escaquearse de los periodistas, tan impertinentes de común. Es más que frecuente ver a Cristiano Ronaldo, a Sergio Ramos y a Gerard Piqué fingir que están hablando por el móvil para disimular la realidad: están sumidos en el silencio y no piensan abrir la boca. Reconozco que yo en ocasiones he aplicado esta estrategia ante llamadas o visitas incómodas o simplemente en lugares públicos mientras espero a alguna amistad que no llega.

Cuento todo esto porque hace unos meses he dado un paso más allá: tengo un iPhone. El anterior mandamás de Apple, Steve Jobs, ha logrado con toda su órbita de ordenadores, tabletas, móviles, tiendas virtuales y demás zarandajas lo inevitable: que dependamos nosotros de sus «gadgets» en vez de servirnos ellos a nosotros. Sencillamente crean adicción. Un iPhone última generación es como tener un Ferrari de alta gama: sube la autoestima, sencillamente. Lo exhibes, juegas con él... es un símbolo de poderío social, humilde pero poderío al fin y al cabo.

Después de estas reflexiones de andar por casa, digo yo que para qué me conecto a internet para ver la presentación del iPhone 5 que no fue y se quedó en iPhone 4S. Primero, Tim Cook es mucho más sosito que Steve Jobs. Si éste último parecía que nos prometía el edén, Cook simplemente parece alguien que pasaba por allí, aunque será un cerebrín, no lo dudo. Además, la sinceridad se impone: tengo uno de sus móviles, pero eso no significa que sepa cómo usarlo más allá de llamar por teléfono, enviar mensajes, poner el despertador y otras tres o cuatro tonterías más. A veces lo miro y me asusto ante la certeza de que tengo un universo de posibilidades al alcance de mi mano y me faltan dedos, y astucia tecnológica, para explotarlo a conciencia. Eso sí, para lo poquito que sé me siento como Leonardo DiCaprio en «Titanic»: el rey del mundo. Claro, que luego viene el iceberg, que no es otro que la factura telefónica que me deja tocada y, como siga jugueteando tanto con internet, hundida.

Es la realidad que nos toca vivir y que nos adelanta sin nuestro consentimiento. A veces, cada vez con más frecuencia, echo de menos aquel «zapatófono» de hace unos doce años que te llevaba a ti más que tú a él por sus tremendas dimensiones. Era limitadito, vale, pero al menos no te dejaba con la sensación de inútil tecnológica que nos invade a muchos en estos momentos.