Estreno

Sala Berlanga

La Razón
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Ayer, desafiando a la final de Copa del Rey y a la corrida estrella de La Feria de San Isidro venida a menos, se inauguró la nueva sala de cine García-Berlanga, que es noticia porque ahora lo habitual no es que se abran locales, sino que les echen cerrojo y paleta para dedicarlos a otros menesteres. Un ejercicio marginal y desafiante de un cine venido a más enfrentado a la fagocitación de los patios de butacas para convertirlos en oficinas bancarias.Tiene esta sala su punto entrañable en tiempos de miseria, un enlace entre la añoranza del cine antiguo al que se van merendando las nuevas tecnologías. Cine de barrio, remozado el antiguo California, donde tantas películas de prestigio devoramos de estudiantes, en una zona llena de esos templos de doble sesión continua en los que echábamos las tardes sin novia. En apenas un par de manzanas pasábamos de Godard y Kurosawa a Bruce Lee y Clint Eastwood tan contentos con nuestra bolsa de patatas.Intención románticaAnte tantas críticas como recibe la SGAE, hay que aplaudir iniciativas como ésta de abrir cines, igual que el de acondicionar salas de teatro para autores jóvenes o inéditos, demostrando que a su cargo están chicos con modernas ideas como Borau, Bautista o Gutiérrez Aragón. En el caso de la sala Berlanga, dotada con las mejores técnicas de proyección, destaca el propósito de exhibir películas españolas o iberoamericanas. Una intención tal vez romántica y disparatada, pero imprescindible en defensa del cine de habla hispana (donde también caben las rodadas en catalán o cualquier otra lengua de nuestro país). Quizá un magnífico absurdo berlanguiano y una rareza que sólo aguarda la respuesta del público. Un último empujón a nuestro cine antes de rendirse al fracaso, y tener que bajar la puerta corredera que muestra al director pintado en graffiti como último signo de desobediencia a la amuermante y gris formalidad.