Estreno

«Ice Age 4: la formación de los continentes»: Hay vida después del deshielo

Directores: Steve Martino y Mike Thurmeier. Voces: John Leguizamo, Ray Romano, Dennis Leary, Jennifer Lopez, Queen Latifah. EE UU, 2012. Duración: 94 minutos. Animación.

La Razón
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La prehistoria es inagotable. En Hollywood, se entiende. Y no pien- sen mal, nada que ver con los/las carcamales botomizados que por allí pululan. Me refiero a la saga «Ice Age», fuente inagotable de anécdotas, trapisondadas y «gags» diversos hasta que la taquilla diga lo contrario, y, a fecha de hoy, las cuentas siempre salen. Y con varios ceros de diferencia. Vamos por la cuarta, que esto parece unas sevillanas, aunque la vida cambió en ciertos detalles; así, la aparición de nuevos y acertados personajes, como la enamoradiza hija adolescente del matrimonio Mamuth (una elefanta muy mona y con un lejano y curioso parecido a Jennifer Lopez), o la inquieta abuela desdentada del perezoso Sid, que logran dinamizar una película, aunque previsible, hombre, a estas alturas..., ágil, entretenida y con un nada desdeñable 3D. La historia comienza con la cámara pegada a Scrat, esa ardilla tan «looney tune» y necesitada de un valium cargadito, cuyas gracias se van tornando lentamente un poco cansinas, obsesionada por conseguir la bellota perfecta y causante, en cierta medida, nada menos que de la formación de los continentes en la Tierra. Hay acción a mansalva, piratas, no del Caribe, aunque con peor mala leche, mucho del líquido elemento, unas sirenas horrorosas y regusto «disneyano» que intentan embaucar a los protagonistas a golpe de tentaciones varias, un mensaje evidente de paz, amor, concordia y tal (la familia no se circunsribe únicamente a quienes llevan tu misma sangre, parientes que, en ocasiones, quizá sólo tienen unas ganas terribles de perderte de vista, gran verdad) y unas ganas bárbaras de gustar y gustarse.

Algunas escenas brillan con luz propia (el mismo arranque de la película, cuando el público presencia el descongelamiento de los hielos y aquéllas en las que Scrat se topa con el paraíso rebosante de sabios congéneres y, claro, dorados, enormes frutos de la encina) y otras alumbran menos que una bombilla de bajo consumo; con todo, estamos convencidos de que la suerte ya está echada: la quinta en discordia caerá el próximo año por su propio peso. Igual que esas delicias que le hacen la boca agua a la solitaria y neurasténica Scrat. Ojalá la infeliz logre hincarle alguna vez el diente.