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El último debate por Joaquín Marco

La Razón
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N adie asegura que la democracia sea un sistema perfecto, pero es el que mejor defiende, que se sepa, los valores de la convivencia y del individuo, aunque –y ésta es la paradoja– el ciudadano no la defienda con su voto. Preocupa la abstención, porque supone un desdén hacia un sistema que nos costó decenios de sacrificios y múltiples víctimas. No es el mismo caso de la ya peculiar democracia estadounidense. El pasado lunes/martes finalizó el último debate/show televisivo entre los dos candidatos a la presidencia estadounidense: el obispo mormón Mitt Romney y Barack Obama (conviene prescindir del Hussein). Fue en la universidad de Lynn, en Boca Ratón (Florida), nombre no sé si simbólico. El importante estado de Florida, con sus 18 millones de habitantes, resulta siempre dudoso por la nutrida población hispana (un 22,5%, y un 16% de negros), donde predominan los cubanos, nietos o biznietos de quienes emigraron con el castrismo, los puertorriqueños y dominicanos. El presidente prometió leyes favorables a los residentes hispanos irregulares, pero no lo cumplió, aunque la población hispana parece tender más hacia los demócratas que a los republicanos. En esta ocasión, sin embargo, con las fuerzas equilibradas, antes del debate, la diferencia se decantaba por el republicano. Pero el gobernador del estado es el también republicano y discutido Rick Scout y el colegio electoral, según el sistema estadounidense, supone 29 votos. El último «round» de esta serie televisiva estaba basado en la política exterior, tema que interesó siempre muy poco a los votantes y en el que las diferencias entre ambos partidos acostumbran a ser escasas, más atentos a lo que se cuece en una casa de tan enormes dimensiones como EEUU. Además, coincidió con un extraordinario acontecimiento deportivo. Sin embargo, en esta ocasión, con encuestas casi igualadas (otra cosa son los votos, porque las encuestas no siempre son, ni aquí ni allí, del todo fiables) parece que puede haber tenido una incidencia que no se sabe si compensaría el triunfo del primer «round» en Denver, claramente republicano.
La victoria, según las primeras encuestas, se ha decantado a favor del presidente: la CBS le daba un 53% a favor, contra un 23% por Romney y la CNN (más moderada) un 48%, frente a un 40%. Dependerá de quién sea capaz de arrastrar a más votantes a las urnas. Porque allí también el problema fundamental es la abstención. Los temas del debate podían enumerarse y englobarse bajo un denominador común: el papel de EEUU en un mundo globalizado que domina, pese a una cierta decadencia a ojos vista, aún como primera potencia y desglosarlos: Oriente Próximo, Israel/Irán, China, Afganistán y Rusia. No se mencionó en el debate ni la relación con la Unión Europea y su crisis (sólo de pasada se mencionó a los aliados), ni la cuestión sangrante de Guantánamo, que Obama se había comprometido a resolver y que todavía no ha logrado dar con la salida, ni México o Latinoamérica, ni siquiera Corea del Norte. El hecho de que la crisis europea no mereciese una atención específica viene a demostrar el escaso papel que Europa representa ya en el conjunto mundial y, a la vez, que los estadounidenses están más interesados en zonas más calientes o prometedoras del mercado global en el que nos hemos constituido. Tampoco se aludió a África negra. Romney mostró escasos conocimientos de la situación internacional y Obama le reprochó no vivir en nuestro tiempo, al entender, por ejemplo, que Rusia seguía siendo «un enemigo geopolítico», a la vez que le reprochó en sus actividades privadas empresariales suministrar petróleo, vía China, a Irán: uno de los núcleos del debate. Ambos coincidieron a este respecto en que no debería tener nunca la bomba atómica, peligro para un temeroso Israel que podría decidir una acción bélica contra las instalaciones iraníes. Romney estuvo poco brillante al concluir que habría que «perseguir a los malos» (sic), algo que a nuestros políticos no se les hubiera ocurrido, de tan simplista. El candidato republicano procuró desviarse hacia los temas económicos en cuento pudo. Romney desgranó sus cinco puntos, aunque ambos coincidieron en que lo oportuno era «crecer en casa». Tal vez nuestros políticos podrían aprender a coincidir de vez en cuando en algo que mostrara a la ciudadanía que la política no es o blanco o negro, como tan a menudo tenemos ocasión de comprobar. Se trató incluso de la descolocación y Romney tuvo que admitir que había desviado puestos de trabajo, a través de una de sus empresas, a China. Sin embargo, los puntos calientes fueron, como es lógico, Afganistán y la salida final en el 2014 (ambos de acuerdo), aunque Romney apuntó que tal vez no fuera todavía el momento. Pero la cuestión candente fue el terrorismo y Oriente Medio. Las trasformaciones operadas –un tanto de Obama– se produjeron sin la presencia de un solo soldado estadounidense y en el sangrante problema sirio ambos concluyeron que, de momento, no intervinieran con fuerzas ni apoyo armamentístico, visto lo sucedido en Bengasi. Obama estuvo más agresivo y Romney, a la defensiva. A ojos europeos fue un debate ajeno, aunque de sus resultados puede depender, en parte, el futuro de esta Europa ignorada y de esta España aún más distante de los intereses de unos votantes que se juegan el cambio. El combate, pese a todo, muy igualado, concluirá el día 6 de noviembre. Hasta entonces Obama jugará con mejores cartas desde la presidencia. Pero en estas dos semanas se perfilará el futuro de un Occidente poco optimista.

 

Joaquín Marco
Escritor