Literatura

Manila

El uñate por María José Navarro

Siempre en vanguardia, me ocupo hoy de otro de esos asuntos delicados que van más allá de la simple y facilona Reforma Constitucional. Voy. Mi queridísima amiga Fernández protagonizó hace tiempo una escena digna de haberla pasado por la Paramount Comedy.

Al Pacino fue premiado el domingo en el Festival de Venecia
Al Pacino fue premiado el domingo en el Festival de Venecialarazon

Salió de su casa en Lavapiés, saludando al pueblo senegalés que lo habita, besando a los bebés de los fruteros negros que llenan sus calles, dispuesta a asistir a una boda a la que iba de punta en blanco: vestido largo con raja de mercadillo gitano, zapato de tacón mediano y corto, peinado de tenacillas caseras, y un mantón de Manila como la carpa de un circo tendido en un hombro.
Cogió su Ford Ka modelo antiguo y al ir a agarrar el volante se dio cuenta de que sus uñas estaban pidiendo un esmalte. Examinó su bolso, halló un bote con un rojo vistoso y se aplicó dos manos y media para que aquello quedara denso y consistente.

Aparcó como pudo. Cerró la puerta sin atender al tiempo necesario para que aquello secara. Se pegó una carrera. Aterrizó en un banco de una iglesia con unos minutos de retraso pero con los suficientes para ver entrar a la novia y hacerle un guiño de complicidad. Y cuando comenzó a relajarse, apoyó las manos en la madera para arrodillarse. Justo cuando lo hacía, el novio recibía a su futura esposa y Fernández no quiso perderse el momento, así que, con las manos apoyadas en la madera antes de arrodillarse, se detuvo a disfrutar de la felicidad ajena, esa que se siente muchas veces más que la propia. De pronto, cayó en la cuenta: se le habían pegado las uñas al banco. Literal. No había Dios (nunca mejor dicho) ni forma humana de despegarlas sin brusquedades, así que pegó un tirón y en medio de cada una quedó un cráter de límites puntiagudos. Fernández, mujer de raza, lejos de amilanarse, se fue directamente al convite, del que dio buena cuenta con las manos como garras y acercándose los canapés con la muñeca de muñón.

Ahora hago desde aquí un llamado a las embajadas del mundo. Hago después una mueca de asco y pienso que se deberían cerrar las fronteras de los países y revisar algunas invitaciones que, seguramente, ha recibido Al Pacino, para visitar los más prestigiosos festivales de cine. Prefiero no mirar sus fotos, las instantáneas en las que se le ve recogiendo el premio Jaeger-Lecoultre Glory to the Filmmaker, en Venecia, galardón que reconoce a los artistas que han dejado una marca singular en las pelis contemporáneas. Que yo no digo que no, ojo. Que yo no estoy diciendo que este señor no se merezca que se le ponga por las nubes, pero que se corte esas uñas, por favor, y se de una pomada buena, que hay cosas que acaban con carreras impecables. Asco de naturalidad ya, hoooombreeee.