África

Nueva York

1212 la batalla por Luis Suárez

La Razón
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Hace ahora ochocientos años en un día muy caluroso del mes de julio, al pie de Sierra Morena, los reinos cristianos que formaban la nación española lograron la victoria decisiva que iba a poner fin a la Reconquista. Los cronistas la llamaron simplemente la Batalla, con letras mayúsculas, pero los historiadores posteriores se vieron obligados a recurrir a las Navas de Tolosa para evitar falsas interpretaciones. La tienda del califa almohade (amir al ma' nim, que los españoles decían «miramamolin») estaba rodeada de fuertes cadenas. El rey de Navarra Sancho XII las hizo saltar y las llevó consigo para colgarlas en el escudo de su reino. Y en él siguen. Aparentemente se trata de un episodio para el mero recuerdo de los historiadores. Y sin embargo, ahora reviene a la memoria porque guarda relación con un fenómeno que se reproduce en nuestros días con la reaparición del fundamentalismo islámico. De ahí que sea conveniente un repaso en la memoria.

Los emires y califas omeyas, que habían renunciado al nombre y a la conciencia hispánica, prefirieron redescubrir otro para sus dominios, Al-Andalus. Para él intentaban crear una específica forma de islamismo, que conservaba relaciones culturales con los siglos anteriores y pretendía asegurar alguna clase de convivencia con judíos y cristianos que seguían viviendo en su territorio. Dentro de los límites de la simple tolerancia, como es claro. Pero, en todo caso, algo muy semejante al que presidía la conducta de los países islámicos hasta mediados del siglo XX.

En el Islam se venía produciendo una especie de disyuntiva entre esta conducta moderada, que contaba también con formas culturales muy importantes, y otra radical que estaba naciendo en Irán, extendiéndose luego a lo largo del norte de África. Todavía en el siglo XI el Cid (apodo árabe) podía moverse con comodidad en Zaragoza o en Valencia rodeado de musulmanes. Pero la quiebra política, que fue una consecuencia del predominio militar de Almanzor, obligó a los andalusíes a escoger entre un sometimiento de los poderes que se alzaban en el norte o un recurso a estos rigurosos islamistas que se habían consolidado en África. Y por razones religiosas, entre dos males, escogieron ser camelleros en África y no porqueros en Castilla.

Durante más de un siglo dos oleadas africanas, almorávides y almohades, consiguieron instalarse en la Península. Demasiado tarde los andalusíes se dieron cuenta de que habían cometido un grave error. En 1140 el judaísmo y el cristianismo fueron prohibidos y Maimonides tuvo que ocultarse bajo disfraz musulmán para llegar hasta la vista de Jerusalén, la soñada ciudad ,volviendo a ser judío. También Averroes fue reprimido con dureza e intolerancia. De modo que la Batalla, curiosamente, al arrojar a los fundamentalistas al otro lado del mar dio también un respiro al andalucismo que iba a poder reorganizarse en Murcia y en Granada.

Pues bien, desde que en 1959 se optara, justamente desde luego, por la descolonización, el fenómeno volvió a repetirse. El fundamentalismo islámico recuperó en muy amplios horizontes las riendas de su antiguo poder y ha sabido comunicarlo a las masas. Ahí tenemos nuestro 11-M y la silueta de las Torres Gemelas de Nueva York. Cada día, al abrir la prensa, nos enteramos de que decenas de cristianos están siendo asesinados por el hecho de serlo. Y una mujer espera en la prisión que llegue el día final de ser ejecutada porque, según dicen, insultó el nombre de Mahoma. Cuántas veces se maldice el nombre de Jesús sin que se alcen voces. Y sorprende sobre todo que la ONU no tome medidas pertinentes a favor de esas pobres víctimas a las cuales se asesina únicamente por ser cristianos.

El mundo se encuentra ante un problema realmente serio para el que no se ofrecen soluciones adecuadas. Éstas se encuentran en el interior del Islam. El cristianismo atravesó también tiempos duros, en los que brotaba el fanatismo con la dureza que le caracteriza, pero logró superarlo porque nunca se desprendió de su doctrina acerca de la dignidad del ser humano. El cambio tiene que venir de los propios musulmanes: mostrarse capaces de leer el Corán de un modo distinto al que sus dirigentes religiosos ahora ofrecen. Pues es el mismo dios, que se apareció a Abraham, el que nos guía a unos a otros. Es cierto que de un lado están los descendientes de Isaac y del otro los de Ismael, pero invocamos siempre la memoria del mismo padre.

Las cosas marchan mal en nuestros días. Parece que estamos volviendo a la intolerancia radical, aquella que deja tras de sí terribles regueros de sangre. La solución tiene que venir de un redescubrimiento en el interior mismo del Islam de que la dignidad del ser humano es el verdadero reflejo de la imagen de Dios y no la shariya. Si esto no se logra, debemos prepararnos para aquella amargura que Europa experimentó. Y dudo de que ahora nos encontremos en las circunstancias que permitieron a Sancho el Fuerte saltar las cadenas. El Islam está dentro, y no sólo fuera de Europa. Mientras no se autorice en aquellos países la apertura y funcionamiento de las iglesias en las mismas condiciones que se otorgan aquí a las mezquitas, estaremos en una terrible desigualdad. Siento tener que mostrarme tan duro, pero sólo advirtiendo los riesgos se puede conseguir una rectificación hacia la concordia y el buen hacer, que es lo que deseamos.

 

LUIS SUÁREZ
De la Real Academia de la Historia