San Sebastián

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La Razón
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Al español que menos le importa que unos remamahuevos quemen fotografías del Rey, es al Rey. Pero esa circunstancia no puede impedir la inmediata intervención de la Fiscalía. Parece ser que los «Mossos D´Esquadra» han recibido órdenes del Fiscal para que procedan a la identificación de los dos tontos del culete. Harán lo que les indique el Consejero del Interior del Gobierno de la Generalidad, que podría haber sido uno de los encapuchados de ser algo más joven y mucho más ágil, porque después de quemar la foto del Rey, huyeron a lo que les daban las piernas.

Por más que lo he intentado, no he terminado de comprender el pavor que erosiona el sosiego de esas gentes cuando queman fotografías del Rey, o de la Reina, o Banderas de España. Nadie los persigue. Las cenizas no corren. Además, que las capuchas y pasamontañas no colaboran con la identificación. Pero la cobardía les puede. Los quemafotos se agobian con posterioridad a la culminación de sus juegos. Me los figuro alcanzando a toda prisa el portal de su casa, subiendo de tres en tres peldaños las escaleras, y abrazándose a sus madres para calmar los temblores propios del terror. –Mameta, ha sido muy peligroso. Y en la foto que hemos quemado, el Rey estaba vestido de Capitán General del Ejército español–. –Es que sois unos héroes–.

Para mí, que los «Mossos D´Esquadra», en el caso de recibir autorización del Consejero del Interior de la cosa esa con tres patas, tendrían que investigar en los hospitales y ambulatorios a los autores de esas fugaces pirotecnias. O en los establecimientos especializados en masajes después de un prolongado esfuerzo. Porque correr más sin tener quien les persiga es imposible. Además, que el esfuerzo de las zancadas sin perseguidor a la vista cansa más que con alientos nuqueros o tobilleros o musleros. En mi juventud, batí el récord de treinta metros sobre césped y entre plantas de hortensias con posterior salto de muro cuando huía de un «rotweiller» que guardaba la casa de quien yo presumía me amaba apasionadamente. Acaeció en San Sebastián. Mi novia de entonces no me había informado de la existencia de la bestia, y al acudir a buscarla para llevarla a la «Montaña Suiza» –estaba prohibido lo de «Montaña Rusa»–, del monte Igueldo, la compacta y grácil máquina de morder se abalanzó sobre mí, y sólo gracias a mi capacidad para esquivar plantas de hortensias pude alcanzar el muro salvador. Aquella tarde me devolvió el rosario de mi madre y se quedó con todo lo demás.

Escapada natural y comprensible. Un «rotweiller» no es un juguete. Pero salir corriendo a toda pastilla después de quemar una foto del Rey en un guateque independentista, no tiene sentido. Nadie los intentó perseguir, y mucho menos, detener. Pelillos a la mar, porque con toda probabilidad los autores de la real hoguerita no van a ser identificados. Alguno de ellos podría ser hasta familiar o amigo del consejero del Interior de la gamberrada tripartita. Pero su detención es obligada en un Estado de Derecho, aunque sólo sea por respeto al Rey de todos los españoles, que dicho sea de paso y vuelvo al principio, le importa un rábano que dos memos incendien su fotografía.