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Corrupción en el fútbol

Vuelven las sospechas sobre los partidos amañados en la Liga española. Con deudas millonarias, la supervivencia de muchos clubes depende de mantenerse en Primera División

Corrupción en el fútbol
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Cuando la prima es por ganar, no hay problemas. Se hace una asamblea en el vestuario y, si la mayoría de la plantilla está de acuerdo con la cantidad pactada, se cierra el acuerdo», dice alguien que ha pasado muchos años en vestuarios de Primera División. El problema es cuando la oferta es por perder. Hay una asamblea, pero tienen que estar todos de acuerdo para aceptar la derrota como un bien económico.

El fútbol, como todo, se puede comprar y vender. Y si hay resultados sospechosos en las últimas jornadas de los campeonatos es porque hay conductas sospechosas, futbolistas que venden derrotas y otros que compran victorias. «Se busca un contacto entre la plantilla del otro equipo, algún antiguo compañero de club o de las divisiones inferiores de la selección». Con mucho cuidado, sin dejar rastros. «Las conversaciones telefónicas tienen que ser lo más ambiguas que sea posible. Tampoco hay mensajes de texto o correos electrónicos». Se pacta un encuentro y, cara a cara, se cierran el resultado y el «premio».

Estas escenas se han dado siempre, aunque el fútbol español no se haya caracterizado por sus rigurosas investigaciones. Las grabaciones que denunciaban que el Hércules amañó su ascenso en la temporada 2009/2010 no tuvieron consecuencias. Tampoco las que confirmaban que el Levante y el Athletic habían acordado hacer todo lo posible en la temporada 2006/07 en la última jornada para permanecer los dos en Primera. El Levante ya estaba salvado y el partido lo ganó el Athletic (2-0). En las grabaciones se comprueba que no toda la plantilla estaba implicada. Uno de los que no quisieron participar del arreglo fue Luis Rubiales, actual presidente de la Asociación de Futbolistas (AFE), que siempre ha mostrado su predisposición a que se investiguen los casos de corrupción.

La Liga de Fútbol Profesional (LFP) hizo un amago de denuncia hace unas semanas. Una sospecha preventiva llevó a algunos representantes de la patronal futbolística a entrevistarse con el fiscal general del Estado. Fueron veinte minutos de reunión en los que la única documentación entregada por los clubes fue un dosier de prensa con recortes de sospechas y partidos presuntamente amañados en temporadas anteriores. Documentos insuficientes para cualquier investigación que sólo sirven para que la LFP limpie su conciencia. La Fiscalía ya les advirtió de que se trata de un negocio privado y no investigará de oficio a no ser que haya indicios serios de fraude. Aunque la compraventa de partidos es delito con pena de prisión desde 2010, es muy difícil comprobarlo si no hay grabaciones telefónicas.

Los pagos no dejan rastro. Incluso los clubes que no tienen dinero para pagar a sus futbolistas encuentran la manera de primar al contrario porque todo se hace con dinero negro. Los clásicos maletines han dejado paso a las bolsas de basura que se abren en el vestuario o en el autobús del equipo de regreso a casa. La plantilla cuenta lo que valen los goles de mentira y el capitán entrega a cada uno su parte. Sin testigos, sin presencia de amigos ni de empleados de la entidad. Sólo los jugadores.

La crisis del fútbol, con más de veinte clubes en concurso de acreedores, hace que las tentaciones sean mayores en estos momentos. Muchos futbolistas han visto reducidos sus ingresos a la mitad por las administraciones concursales y, con una prima, pueden recuperar el dinero perdido por la mala gestión de los dirigentes de los clubes. Especialmente en los equipos que pelean por la permanencia en Primera o por el ascenso desde Segunda. En esos casos, los clubes se juegan muchos millones de euros, la diferencia entre jugar en Primera o Segunda División significa en muchas ocasiones poner en juego la estabilidad de la entidad.

Las taquillas hace tiempo que dejaron de ser el soporte económico del fútbol y los clubes que pierden la categoría pueden ver reducidos sus ingresos por publicidad y televisión en más de un 80 por ciento en caso de bajar a Segunda. Un problema que la Liga inglesa evita con repartos más equitativos de los derechos televisivos y garantizando los ingresos de los clubes que descienden.

La compra de partidos puede hacerse de manera colectiva o individual. Son muchos los casos de jugadores que pierden un título o un ascenso contra el equipo en el que van a jugar al año siguiente. «En lugar de ofrecer una prima por el partido, se le garantiza un contrato por unas cantidades muy superiores a las que cobraba en su equipo anterior». Y se producen diálogos como éste en el que el capitán de un equipo que se juega el descenso entra en el descanso en el vestuario de un equipo ya descendido:

–«¿Cuánto os han puesto éstos?».
–«50 millones (de pesetas)».
–«Esperad un momento».
El capitán del equipo que necesita ganar para mantener la categoría llama a su presidente y le informa de la oferta de los rivales.
–«Diles que ochenta millones».
El capitán regresa al vestuario del rival de ese día, pero se encuentra un obstáculo:
–«Presidente, hay uno que no quiere arreglarlo».
–«Dile que el año que viene juega con nosotros».
Ese día, ganó el equipo que tenía que ganar y el jugador que iba a terminar en Segunda División, continuó jugando en Primera.

En ocasiones, ni siquiera es necesario llegar a un acuerdo. Cuando un empate favorece a los dos equipos, no es necesario formalizar el pacto de no agresión. «El entrenador nos dijo que no tiráramos a portería», recuerda un ex futbolista de un partido que sirvió para que los dos rivales lograran sus objetivos. El Celta y el Valladolid protagonizaron un encuentro casi ridículo en la temporada 93/94. Las crónicas hablan de un partido en el que ninguno de los dos tiró a portería y un periódico incluso se atrevió a dejar en blanco el lugar dedicado a la crónica porque eso era lo que mejor reflejaba lo que había sucedido en el césped de Zorrilla.

Lo más complicado de todo es probar el fraude. «Sé muchas cosas pero no tengo pruebas. Me tengo que callar», decía el entrenador del Villarreal, Miguel Ángel Lotina, el pasado lunes en la conferencia de prensa previa al encuentro ante el Sporting. Era un partido libre de sospechas porque los dos equipos se jugaban lo mismo, continuar en Primera División la temporada próxima.
Ganó el Villarreal, pero, por si acaso, Lotina advertía a sus futbolistas. «Si tú cobras una prima por ganar a terceros, nadie se acuerda, pero si te vendes, mueres con eso. He estado en situaciones distintas con equipos salvados y he dicho lo mismo: si alguien os viene con dinero, es pan para hoy y mierda para toda la vida. Se habla tanto que uno empieza a dudar de todo», afirmó Lotina.
Las palabras del técnico del Villarreal no esconden la sensación que existe entre los profesionales del fútbol de que no es lo mismo «primar» la victoria que la derrota. Los jugadores tienen la sensación de que es lícito recibir un estímulo económico añadido por cumplir con su trabajo.
Todos los equipos tienen la obligación de ganar y esas primas sirven para mantener la tensión competitiva de plantillas que ya no se juegan nada en los últimos encuentros de la temporada. Y asi se recoge en el Código Penal.

Desde el 23 de diciembre de 2010, la compra de partidos está tipificada como «delito de corrupción entre particulares». La pena oscila entre seis meses y cuatro años de cárcel, inhabilitación de uno a seis años y multas de hasta 5,48 millones de euros. Para que se produzca el delito no es necesario que se consume el pago o el acuerdo. El ofrecimiento es suficiente. Sin embargo, la ley exime de la pena a los posibles intermediarios. Sólo castiga a las personas implicadas directamente, directivos, jugadores, entrenadores o árbitros.

Pero igual que ocurre con los casos de dopaje o con las sanciones administrativas a los clubes, no es fácil castigar a los culpables. El fútbol es especie protegida en España, da igual si las trampas se le hacen a la Hacienda Pública o a la propia competición.

El castigo, a veces, llega de manera indirecta por los propios rivales. Porque igual que sucede con las nóminas, las primas a terceros no siempre se pagan. Y esos equipos que no responden a sus promesas se exponen a la venganza del «estafado». «Aquí hay un equipo al que estamos esperando», dice alguien ligado a un club importante.

«La pelota no se mancha»,dijo Diego Armando Maradona cuando se despidió del fútbol con la camiseta de Boca Juniors. Quizá tenga razón y sea la parte más honrada del negocio.