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Cachemira la vida bajo el toque de queda

Volver a casa antes del anochecer, evitar el contacto con los paramilitares y hacer acopio de productos de primera necesidad son algunas de las normas informales empleadas por los cachemires para hacer frente a los constantes toques de queda.
"Si a las seis y media no estoy en casa, mi familia vive un auténtico drama. Su primer pensamiento es que haya tenido algún problema con los soldados, así que se ponen a llamar como locos", cuenta a Efe Altaf, un economista de Srinagar.
En el corazón de Cachemira, la capital de verano es escenario corriente de los toques de queda, decretados por las autoridades para hacer frente a los llamamientos a la huelga -"hartaal"- de los separatistas de la Conferencia Hurriyat.
En días de protestas o de restricción de movimientos, las tiendas, bancos o escuelas echan el candado y los ciudadanos no se alejan de casa, así que la ciudad ofrece un aspecto desolador, sólo alterado por la masiva presencia de miles de paramilitares.
"Hay que devolver a los soldados a los cuarteles. La insurgencia ha bajado mucho y, sin embargo, el número de soldados sigue siendo el mismo. No hay equilibrio", se queja en entrevista a Efe la presidenta del Partido Democrático Popular, Mehbooba Mufti.
Según datos de la Cámara de Comercio, el valle de Cachemira ha vivido en los últimos seis meses cien días de toques de queda oficiales u oficiosos, lo que supone unas pérdidas diarias de 14 millones de dólares.
El centro de Srinagar suele ser además escenario de manifestaciones convocadas por la separatista Conferencia Hurriyat, que pidió a sus seguidores el boicot de las elecciones regionales recién concluidas.
"Es que en Cachemira -explica un dependiente- hay cientos de miles de soldados. Es fácil de entender: sales a la calle y lo primero que ves es un rifle. No es muy agradable".
Sin embargo, los cachemires han terminado por acostumbrarse a los toques de queda, como lo demuestran los diarios partidos de críquet que disputan los niños, indiferentes a la presencia de los soldados que descansan a sólo unos metros.
Desde el año 1989, decenas de miles de personas han muerto o desaparecido víctimas de la violencia insurgente o de los expeditivos métodos empleados por las fuerzas de seguridad.
"Sirva este mes como ejemplo -relata Mufti-. Ha habido un caso de violación, una chica de 16 años a manos de un soldado. Y en otro pueblo un hombre trató de defender a su hija de los paramilitares, y a los dos días apareció muerto. ¿Cómo aceptarlo?".
La cultura popular cachemir está llena de historias siniestras respecto a cuerpos como el Séptimo Batallón o las Fuerzas Especiales, acusados de múltiples violaciones de los derechos humanos por parte de los activistas de Srinagar.
En su defensa, sin embargo, las autoridades indias mencionan la necesidad de combatir a los distintos grupos insurgentes que operan en suelo cachemir y que en su desafío violento contra el Estado no han dudado en atacar a la población civil.
Escenario de varias guerras, Cachemira es un territorio que se disputan y reparten tres potencias nucleares -la India, Pakistán y China- a raíz de la independencia y partición del subcontinente indio, en el año 1947.
Y además, su suelo ha sido pasto de una violenta rebelión insurgente desde el año 1989, tras un proceso electoral fraudulento que llevó a los separatistas a empuñar las armas contra la India, con el apoyo tácito de Pakistán.
En los últimos años, la violencia insurgente ha decrecido -quedan, según la India, 800 rebeldes-, pero los cachemires siguen usando la protesta callejera como vía para reivindicar la independencia y mostrar su enfado por la falta de oportunidades.
"Aquí, todos dicen luchar en nuestro nombre, pero nadie se preocupa por nosotros. Llevamos veinte años pagando el desinterés de unos y de otros, y todavía esperan que votemos", se lamenta un camarero en un hotel, tras asegurarse de que nadie más le escucha.
Hoy no hay toque de queda, así que podrá volver a casa.