Berlín

El castrismo se jubila del poder en Cuba

La Razón
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Ciudad de México- Como un técnico de selección de fútbol, Fidel Castro ha sacado a su hermano Raúl del banquillo de los suplentes y lo ha metido al terreno de juego poniéndole, ahora sí, el brazalete de capitán, pero en un partido, el de su despedida, que sabe irremediablemente perdido. Así es como el octogenario comandante de la revolución cubana ha dicho adiós, tras un año y medio sin poder hacer siquiera una aparición pública a causa de su deteriorada salud desde que delegó provisionalmente el mando en su hermano Raúl, en julio de 2006. Así es como, tras casi 50 años en el poder, el dictador cubano ha resuelto su sucesión y ofrece la tan esperada transición política para la isla: haciéndose a un lado y dando paso a una nueva generación, la de su hermano pequeño, un «jabato» de 76 años de edad, sin carisma y con problemas de alcoholismo pero que, eso sí, tiene como modelo a su hermano mayor. Todo un palmo de narices para los que esperaban la llegada del cambio.

En un artículo publicado ayer en los diarios oficiales «Granma» y «Juventud Rebelde», Fidel Castro ha dicho adiós como gobernante al anunciar que, debido a sus problemas de salud, no aceptará de nuevo «el cargo de presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe» de la isla caribeña. «Les comunico que no aspiraré ni aceptaré –repito– no aspiraré ni aceptaré, el cargo de presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe», insiste el dictador en uno de los mutis más esperados de la historia reciente, dirigiéndose a sus «entrañables compatriotas, que me hicieron el inmenso honor de elegirme en días recientes como miembro del Parlamento, en cuyo seno se deben adoptar acuerdos importantes para el destino de nuestra Revolución».

Con una cruel ironía, Fidel se refiere a la próxima designación de Raúl Castro al frente del poder en la isla asegurando que «las nuevas generaciones cuentan con la autoridad y la experiencia para garantizar el reemplazo». Para Fidel, «afortunadamente nuestro proceso cuenta todavía con cuadros de la vieja guardia, junto a otros que eran muy jóvenes cuando se inició la primera etapa de la Revolución. Algunos casi niños se incorporaron a los combatientes de las montañas y después, con su heroísmo y sus misiones internacionalistas, llenaron de gloria al país».

En una especie de autoconfesión, el dictador explica las razones por las cuales no dimitió de sus cargos hace un año y medio, cuando su salud se vio seriamente mermada a causa de complicaciones intestinales que lo llevaron varias veces al quirófano. Y en cambio puso a su hermano Raúl al frente del Gobierno de manera interina: «Siempre dispuse de las prerrogativas necesarias para llevar adelante la obra revolucionaria con el apoyo de la inmensa mayoría del pueblo. Prepararlo para mi ausencia, psicológica y políticamente, era mi primera obligación después de tantos años de lucha. Nunca dejé de señalar que se trataba de una recuperación –la suya– no exenta de riesgos». Y termina con abnegación: «Mi deseo fue siempre cumplir el deber hasta el último aliento. Es lo que puedo ofrecer».

En realidad Fidel hace un año y medio traspasó temporalmente sus cargos, pero no el poder. Lo que buscó fue convertir a su hermano en un «regente» del régimen, en un administrador provisional de la isla que ha venido trabajando desde entonces con instrucciones precisas y rodeado de un equipo elegido por el propio Fidel, ello hasta que la evolución del enfermo lo decidiese todo. Raúl ha tenido prohibido tomar la iniciativa, cambiar el rumbo o aparecer siquiera como un líder respetado dentro o fuera de Cuba. La razón de este no dejar hacer no parece ser otra que la mera desconfianza de Fidel hacia todo y hacia todos, incluso hacia su hermano menor. Y es que no quiso que en él volviese a cumplirse el destino de Lenin, aislado por Stalin a través de los médicos que lo atendían de su sífilis. No obstante, su propia incapacidad si no mental al menos sí física han terminado decantándolo todo. Lo que Fidel ha conseguido en este el mayor periodo de decadencia de su régimen ha sido conservar el poder durante su convalecencia, manteniendo la cohesión en el Comité Central del Partido Comunista Cubano, pero sobre todo evitando grandes conmociones internas. El precio pagado por ello ha sido el de sacrificar a su propio hermano menor. Y es que para que hubiese podido consolidarse una hipotética sucesión de Raúl Castro tendría que haber anunciado sin dilación grandes medidas y cambios, capaces de hacer renacer alguna expectativa de mejoramiento a corto plazo de los sufridos cubanos de a pie. No le dejó. Tal vez porque Fiel sabe que sin el statu quo, sin la coraza de la dictadura, Raúl no puede no podrá enfrentarse sólo a toda la oposición, la disidencia, el exilio, Washington y los propios cubanos que hasta ayer se decían adictos al régimen pero que el miedo puede convertir en sus mayores enemigos y verdugos.

Sin Fidel en la escena política, la gran pregunta que todos se hacen, dentro y fuera de la isla, es ¿qué va a ocurrir ahora? José Miguel Vivanco, director ejecutivo para América de Human Rights Watch, afirma que los que esperen que los cubanos salgan a celebrar masivamente, como ocurrió en Europa del Este tras la caída del Muro de Berlín, se sorprenderán cuando probablemente presencien las calles vacías.