Presentación
El timo del ecologismo
Al Gore, el ex futuro presidente de los Estados Unidos, tal como él mismo se presenta, acaba de recibir el Premio Nobel de la Paz, con lo que el prestigio de tales galardones ha sufrido un golpe casi mortal, mayor incluso que cuando tal reconocimiento recayó en el difunto Arafat, el gran corruptor de la causa palestina. La nueva religión ecologista ha sido el argumento de la Academia para justificar una distinción que aporta una coartada mortal a unos negocios redondos mediante los cuales los países pobres seguirán siendo pobres al tiempo que sus gobernantes se forran a base de vender derechos de emisión de mierda a los países ricos, que seguirán siendo ricos. El mantenimiento de ese estatus es el principal objetivo de los ingenuos apóstoles que extienden la buena nueva del ecologismo ante auditorios que han convertido las conversaciones de ascensor sobre el tiempo en el gran problema del cambio climático. Según los ya tradicionales cálculos sobre el exterminio vegetal en el Amazonas, Brasil debería ser ahora mismo una árida estepa; el agujero de la capa de ozono habría crecido hasta el punto de extinguir el mismo ozono; los japoneses habrían acabado con las ballenas, cuyos únicos rastros serían ya fósiles; no quedaría más petróleo; el agua estaría a punto de ser un mero recuerdo, etcétera, etcétera. En fin, un desastre absoluto, pero no irremediable, al parecer. Al Gore y quienes sostienen la teoría del colapso afirman que al mundo le quedan diez años si los gobiernos no toman medidas urgentes. Eso, traducido en términos prácticos, significa un despliegue de impuestos que recaerán sobre empresas y particulares a fin y efecto de engrasar las maquinarias administrativas, financiar los cuerpos funcionariales, promover el reparto masivo de recipientes de colores para reutilizar los envases de plástico y cartón y financiar los cónclaves para-científicos cuyas previsiones se caracterizan por no cumplirse nunca. Por no hablar de las ingentes cantidades de dinero que se mueven tras las gruesas cortinas de terciopelo de los «resorts» donde peroran personajes como Al Gore, con ese inevitable aspecto de mormones en misión evangelizadora.
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