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«Electra»

Por la Calle del Príncipe, un reguero de sombras animadas lleva en triunfo a don Benito, tan satisfecho como turbado, por la repercusión pública de su obra

La Razón
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En una actualidad tan compulsiva como la nuestra los articulistas sentimos pujos de tratar los mismos temas del día menos directa y más oblicuamente, ejerciendo un cierto comparatismo crítico con otras épocas. Que el lector saque sus consecuencias, que se haga una idea personal de «lo que va de ayer a hoy» y de lo que no ha cambiado en esencia. ¡El estreno de «Electra», de Galdós! Episodio nacional, con fecha inconmovible, «Teatro Español» de Madrid. La Plaza de Santa Ana, aquella noche de 1901, se puebla de sombreros de copa, de hongos y de gorras. Un eufórico escándalo. Periódicos retorcidos, que arden como improvisadas antorchas. Un barullo fenomenal. Por la Calle del Príncipe, un reguero de sombras animadas lleva en triunfo a don Benito, tan satisfecho como turbado, por la repercusión pública de su obra. Ha suscitado casi una revolución, que produce una crisis política y hace cambiar por entero el gabinete ministerial de Sagasta. Al cual, se designó «el gabinete Electra». Vayamos primero a su motivación: El espíritu liberal, democrático, aconfesional y progresista -inspirado por la «Illustration»- tiene antiguas raíces en España y adalides literarios y artísticos de la mayor consideración. Entre ellos -¡cómo no!- al autor de los «Episodios nacionales». La circunstancia temporal en España en ese momento es muy problemática: el influjo popular de la Iglesia es un factor de involución, que obstaculiza hallazgos científicos y medidas sociales de progreso. Los seminarios y los conventos son como fortalezas nacionales. El sector más progresista del país intenta luchar con poderosas armas dialécticas, que pudieran dar ocasión a acciones más beligerantes y, tras el estreno de «Electra», asoma la oreja un alarmante conato de agitación. La rica sociedad neo-católica y el Vaticano temen y combaten lo que han temido y combatido siempre, un efectivo laicismo y separación del estado. La revisitación de «Electra», puede procurar muchas sorpresas, sobre todo admiración por la pieza en sí, que no puede ser mayor acierto estético y técnico. Galdós se revela un calculador dramaturgo, que pudiera dar lecciones a los mejores guionistas de Hollywood. Ese final impensado, rapidísimo y fantasmal, ahora nos parece el de una película, que bien hubiera podido dirigir Vincent Minelli. El éxito de «Electra» es emocional, es el de un melodrama trepidante y beligerante, artísticamente resuelto con tanta libertad y tan despreocupada pasión, que se termina con la intervención de un fantasma. ¡En una comedia tan realista! Esto es muy propio de don Benito: Para no dejar en el aire la menor sospecha sobre el problema que aqueja a Electra, don Benito se saca de la manga una sombra fantasmal que, a su vez, nos saca de dudas, con la más firme «autoridad sobrenatural». Esto es lo gracioso y lo paradójico. Porque lo sobrenatural en teatro, es algo perfectamente natural, y sus sentencias son tan categóricas y convincentes, como lo serían las leyes más justas en la vida real. El castillo de Elsinor, sin fantasma, se queda huérfano de significación. El enardecido espectador de «Electra», que se precia de «materialista» y está más dispuesto a creer en la confirmación de un fantasma de teatro, que en las históricas llagas de Sor Patrocinio, aceptará de muy buen grado un recurso de lo más procedente en la semántica teatral. ¡Bien por don Benito! Eso es acertar con la idiosincrasia emocional del público. Faena completa con vuelta al ruedo. ¿Qué parecería en estos momentos una reposición por todo lo alto, de aquella ingeniosa, brillante y beligerante comedia? ¿Daría ocasión a la Iglesia de manifestarse por enésima vez perseguida? Ese nuevo arañazo de «Electra» ¿le puede arrancar otro grito, ya estereotipado y recurrente, de víctima? Espero mejor: que no levante grito alguno y se aprecien sus cualidades formales, su intensidad argumental y novelesca y su técnico acierto con dicha idiosincrasia emocional del público. Recordando que la capacidad dramática de Galdós le hace competir y medirse, en ese momento, con Ibsen, con Bjorson, con Strindberg... -todos supuestamente protestantes o luteranos- y con el gran teatro social de su tiempo en Europa.