Cataluña

Fomento vuelve a las andadas

Otro caos en Barajas demuestra una pésima gestión y nula transparencia informativa

La Razón
La RazónLa Razón

Por segundo día consecutivo, el aeropuerto de Barajas vivió instalado en el caos aunque, según AENA, de los siete controladores aéreos que estaban de baja el viernes, cinco se incorporaron ayer a su trabajo. La situación obligó a operar sólo con dos de las cuatro pistas hasta bien entrada la tarde. Las fuertes demoras en numerosos vuelos se acumularon con retrasos que, en ocasiones, superaron las dos horas de espera. Los que pagaron más duramente las consecuencias de esta parálisis fueron los viajeros. Su paciencia se puso a prueba hasta el límite, ya que agentes de la Guardia Civil tuvieron que acudir a varias puertas de embarque para calmar los ánimos. Muchos de los pasajeros veían impotentes cómo perdían conexiones para otros vuelos, cuando no eran cancelados o se posponían más tiempo del razonable.
Su indignación era comprensible ante la impotencia, no sólo ante el hecho de no volar en el horario previsto, también ante la falta de respuestas y, sobre todo, soluciones. Mientras, el responsable del desaguisado, AENA, dependiente del Ministerio de Fomento, miraba para otro lado. En un día y medio ha sido incapaz de sustituir a los trabajadores de baja, lo que sorprende en un ente gestor con la suficiente entidad para no quedarse paralizado por este contratiempo. A esa incapacidad hay que sumar el oscurantismo que mostró ayer y cómo eludió responsabilidades.
El departamento que dirige Magdalena Álvarez parece no haber aprendido la lección de experiencias pasadas, como que un eficiente servicio público ofrece a los pasajeros la información y las explicaciones que éstos necesitan y a las que tienen derecho. Pero ni en esta ocasión ni durante la semana pasada, en la que los viajeros también sufrieron las consecuencias de una supuesta huelga de celo de los pilotos, ha actuado correctamente el Ministerio de Fomento. Y lo cierto es que ya acumula en los últimos años un abultado expediente de falta de reflejos y de inoperancia ante situaciones críticas, impropio de un servicio público. Es opinión unánime que durante estos cinco años al frente del Ministerio de Fomento, Magdalena Álvarez no ha estado a la altura de los principales retos que se le han planteado y que han pespunteado su mandato al demostrar falta de pulso y también de transparencia. No le gusta dar explicaciones y, cuando las da, es para lanzar balones fuera, acusar a terceros o incurrir en inexactitudes manifiestas. La gestión de la información del trágico accidente de Barajas, que se saldó con 153 muertos, dejó mucho que desear con filtraciones e informes preliminares sobre el accidente cuya publicación se posponía por interés propio. Más de lo mismo ha sucedido con las nuevas líneas de AVE que se han emprendido durante su mandato. Afectados por los socavones, en Cataluña todavía se recuerda cómo uno de ellos dejó en la estacada a 160.000 usuarios de Cercanías durante 42 días. El penúltimo incidente sucedió en diciembre y en él Álvarez ofreció su peor versión al calificar el derrumbe de un túnel del AVE Madrid-Valencia como un suceso «que no tiene importancia». Especialista en restar gravedad a los problemas y en «desaparecer» en los momentos críticos, la ministra se enrocó en su pasividad cuando el temporal bloqueó cientos de coches en las carreteras.
Con este currículo tan poco envidiable, es lógico que sea uno de los ministros peor valorados. En una encuesta que publicó LA RAZÓN, los ciudadanos le dieron un 3,5 de nota, lo que corrobora que, ante una eventual crisis de Gobierno, Magdalena Álvarez es una firme candidata a ser relevada, para tranquilidad del ciudadano y alivio del propio Gobierno.