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Grandes esperanzas

Obama comienza con un tremendo carisma, con una voz que puede competir con la de Moisés o la de Frank Sinatra

La Razón
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Yo compadezco al pobre Obama, que comenzó teniendo que asistir a diez bailes en una noche, sonriendo de oreja a oreja, a una misa por la mañana y no sé cuántas monerías protocolarias más, todo en pocas horas. Luego defenderá la libertad del americano y su aspiración a la mayor comodidad existencial. Pero con un programa distinto, el programa de la contra-reforma del capitalismo, como fue el de la Iglesia católica. Propósito de enmienda. Pero esa invitación a sentirse americano libre –pero honrado y sin ánimo de lucro– me parece mucho pedir y más parece invitar al sacrificio que a la alegre competitividad. Me hace pensar en lo que pudiera ser «el buen americano reformado». ¿Serán capaces Obama y el pueblo americano de un milagro así? ¡Qué ejemplo para el mundo! Obama comienza con un tremendo carisma, con una voz que puede competir con la de Moisés o la de Frank Sinatra. Los americanos parecen muy proclives a seguir, como un solo hombre, a un buen predicador. Obama tiene que dictaminar pronto y seguido para que los americanos entren en esa onda casi mística –acostumbrados como estaban al hedonismo comercial–, tendrán que fustigarse animosamente unos a otros, como los celosos penitentes de un falansterio monacal, y tendrán que apostar a ver quién es más decente y mejor americano, incluso –con inmenso dolor– denunciar hasta a su santa madre, si no cumple como manda «el todopoderoso» y salvador. Es decir, volverse un poco comunistas. ¡Ya ven las vueltas que puede dar el mundo! ¡Qué gran espectáculo ejemplar, pero desconcertante, puede ser éste para la humanidad!Ya ven si la cosa no es terrible. Deben sentirse como los soldados de la Reconquista, vivir en la convicción de que se van a ganar, de la misma forma que los arqueológicos fundadores de Sión, políticamente hipnotizados por Moisés, aún viendo caer a tantos semejantes en el empeño de ser americanos tan perfectos, felices, pulidos e indegradables como las estatuillas de los Oscars. Y se detendrá la inmigración, porque nadie querrá ganarse la vida en un país tan decente, con tantas cortapisas a la superchería económica y a la prevaricación; tan disciplinado y estricto, allí donde tantos pillos, bien vestidos y retrecheros, pululaban por todas partes, inventando negocios fraudulentos, rodando en limusinas imperiales, con todas las garantías y «papeles en regla», necesarios para escapar a cualquier sanción. La América anterior estaba llena de gánsters con la sangre de hielo, simpáticos y fotogénicos, como «Bonie and Clyde». Era un gusto ganarse la vida y aspirar a la fortuna y a la fama en un pueblo tan heterogéneo y tan libre de hacer y justificar lo que quiera que fuese. Todo valía, con tal de prosperar individualmente. El hiper-capitalismo era el hiper-latrocinio a escala universal. Éste era el sistema económico del pueblo más victorioso y joven de la tierra, el del bello hijo pródigo, sólo instigado a consumir vorazmente, a cambiar de coche como de traje, a gastar en celebraciones privadas y bodas más que el Sha de Persia. Pero todo tiene un término, hasta el éxito. Descubierta la enorme estafa y la ruina, se impone vivir y perpetuarse de otro modo, corrigiendo todo el trazado del camino. Habrá que aprestarse a esa contra-reforma del sistema económico y si, esto se llega a cumplir, veremos cambiar el panorama de una forma espectacular. Si el pensamiento cambia, el pensamiento lo cambia todo, las fuentes de energía, el paisaje, la arquitectura, las costumbres, las artes, la moda, la forma y el fondo de las cosas, de los más insospechados objetos y nuevos productos. Hemos depositado en ellos grandes esperanzas. Se reclama de aquellos seres ejemplares, que tanto hemos querido imitar, que ahora nos den otro ejemplo de austeridad y cambio de «look» económico y moral. Porque fueron ellos los inventores de esa forma tan específica de vivir en la «modernidad» y, si quieren seguir siendo importantes, que vuelvan a ejemplificar en sentido contrario. Si no lo hacen bien ostensivamente, no cuenten ya con que se les respete tan supersticiosamente como antes.