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Kobe Bryant antes Jordan

La Razón
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- María José Navarro

El mejor jugador de baloncesto del momento ha acogido a mi Pau con los brazos abiertos y, con eso, Kobe tiene en mí mujer para toda la vida

El escolta de Gasol
Con el permiso de mi Pau, que me tiene como cuando se te licencia un hijo, la última gran estrella de la NBA resulta que iba para futbolista y resulta que es del Barça. Que Kobe Bryant sea del Barça es una cosa muy buena. Buenísima sería si fuera del Atleti, claro, pero vamos a admitírselo como detalle simpático al chico. Simpático y hasta de agradecer: sabe más o menos dónde cae Barcelona. Teniendo en cuenta la magnitud de su fama, lo normal es que Kobe no mirase los mapas más allá de su ombligo. Ahora que lo pienso, teniendo en cuenta la magnitud de su fama, lo normal es que Kobe no mirase más allá de su ombligo así, en general, y de su persona, en particular. Pues no. Resulta que el mejor jugador de baloncesto del momento, ése que en una sola temporada es capaz de promediar treinta puntos por partido, cuarenta durante varios seguidos y ochenta y uno en uno sólo, ha acogido a mi Pau con los brazos abiertos y, con eso, Kobe tiene en mí mujer para toda la vida.

El escolta de los Lakers posee además otra virtud: resulta que también defiende, oigan. Como lo están oyendo. No sólo es que se sabe crear sus propios tiros, no sólo es que sea un magnífico anotador a larga distancia, no. Es que defiende. Es que suele aparecer en los mejores quintetos defensivos, es decir, que encima no es un chupón y trabaja para los demás. Y para colmo, a mi Pau le viene perfecto. Con Kobe Bryant en la pista, con toda la artillería contraria tratando de pararle, con todos los focos apuntando hacia él, Gasol juega menos presionado y más libre. Y puede conseguir que el ala-pívot de Sant Boi gane un anillo de la NBA.

Eso es una «ayuda» y lo demás son tonterías.

- A. Martínez Abarca

Bryant sólo pudo empezar a decir una palabra más alta que la otra cuando las leyendas del baloncesto de los ochenta terminaron de jubilarse

A la discoteca
En aquellos tiempos del dios Michael Jordan, o sea, ayer por la tarde, se decía de la selección de la NBA compuesta por Kobe Bryant y todos estos que luego tomaron su relevo que no tenían ni el talento ni el cerebro ni las ganas de trabajar de sus mayores. Viendo a Bryant jugar me convenzo de que, efectivamente, es como Jordan, pero como el Jordan que jugaba al «baseball» durante aquella famosa espantada de su oficio. Luce exactamente la misma altura, dos metros menos dos centímetros, juega en el mismo puesto, dicen que se inventa los tiros como se los inventaba aquel mulato que descubría siempre un alféizar invisible en el aire para subirse a ver si le tocaba el borde de la túnica al Cristo de los Faroles, que estaba en los cielos. Pero qué va. Bryant sólo pudo empezar a decir una palabra más alta que otra cuando las leyendas de aquellos ochenta terminaron de jubilarse (queda Pippen, por lo que parece, que en los Bulls era a Jordan lo que Sammy Davis Jr. a Frank Sinatra en Las Vegas). Con el baloncesto ha ocurrido lo mismo que con los cantantes. Antes los cantantes cantaban para ganar la gloria, y ahora sólo para triunfar, que es justo lo contrario. Eso sí, físicamente es la generación más fuerte, así que las puertas de las discotecas nunca se verán afectadas por la falta de capacitación laboral. Al lado de Kobe (que lleva el nombre de la ciudad japonesa donde se produce la mejor carne de ternero), Gasol tiene tanto talento que debería haber jugado en los Celtics de 1984. Es tan bueno que, mejor aún, debería haberse quedado en la banda de aquellos Lakers de Magic Johnson acompañando al actor Jack Nicholson, quien es lo más serio que ha dado el baloncesto.