Brasil
La importancia de llamarse Gisele
La maquinaria que hace posible que Bündchen sea la «top model» mejor pagada del mundo, al descubierto
Cuando tenía 13 años, un agente se fijó en ella mientras almorzaba en un restaurante. No le costó mucho convencerla para que se pusiera delante de un objetivo. «Yo no sabía exactamente qué era ser una modelo, pero cuando me enteré acepté, porque quería ser independiente y ganar dinero», confesaba el pasado miércoles Gisele Bündchen en su visita relámpago a Madrid. Han pasado casi quince años desde su debut en las pasarelas y si algo parece haberse tomado en serio la «top» brasileña es precisamente la meta que se marcó en sus inicios: hacer patrimonio. Desde hace dos años, la revista «Forbes» la ha coronado como la modelo mejor pagada del mundo, y no sólo por su cara bonita. Está claro que ser la guapa más rica no se consigue recorriendo más kilómetros sobre la pasarela con su 86-59-87, sino haciendo valer cada uno de sus pasos dentro y fuera de ella. Con una media de ingresos de 26 millones de euros anuales, duplica con un amplio margen a la siguiente en la lista, Heidi Klum, que se tiene que «conformar» con 14 millones al año. Con este caché, es normal que, si se le pregunta por los daños colaterales de la recesión en su agenda, pueda despacharse con un «no voy a parar de trabajar y de proponer proyectos por la crisis, la vida continúa». Y de que esos proyectos salgan hacia adelante se encarga, en parte, su hermana gemela, Patricia, que ejerce de mánager implacable tanto a la hora de negociar sus contratos y escoger qué representa como para frenar a los periodistas del «cuore» patrio y varios llegados de toda Europa, que el miércoles le presionaban una y otra vez para que aclarara si hubo tiroteo contra los «paparazzi» en su boda costarricense con el deportista Tom Brady. Y eso que no fue fácil, pues eran un centenar los periodistas llegados de toda Europa y acreditados que buscaban una primera fila para «disparar» contra la modelo y comprobar si el Photoshop es especialmente piadoso con la «top» brasileña.Defensa de su privacidadPero Gisele no necesitó que salieran a su rescate. Ella misma en castellano, inglés y portugués, y sin perder la compostura y elegancia propia del pase-pose, tiró por tierra todo lo publicado y defendió que «ser una ‘‘top'' no significa que toda tu vida tenga que ser pública. La fama es la última cosa que tengo en mi cabeza, lo que me importa es ser reconocida por mi trabajo». Y lo es. Su profesionalidad, alejada de escándalos a lo Kate Moss, es un valor seguro para las marcas que apuestan por ella para confiarle la buena imagen de sus relojes, champús o joyas. Incluso ha sabido salir airosa cuando algunos tabloides acusaron a su abuelo de ser un piloto nazi que se refugió en Brasil después de la Segunda Guerra Mundial. «El 99,9 por ciento de las cosas que se publican de mí son mentira», sentencia. El resultado de este cuidado milimétrico por preservar el «producto Bündchen» hace que la lista de firmas que hacen posible el emporio sea interminable. Todos los grandes de la Alta Costura han trabajado con ella y les da igual que la tengan que compartir con la competencia. Así, sólo en lo que a moda se refiere, vestirá este verano las vallas publicitarias de Dior, Versace, Calzedonia, Colcci, True Religion, Rampage y Stefanel. Eso, sin contar que es el ángel preferido de la firma de lencería Victoria's Secret, de la que recibe cada año cinco millones de dólares por lucir su cuerpo celeste. Capítulo aparte exige su hegemonía como chica Pantene, su sensual desnudo para los relojes Ebel o el reciente posado familiar –mamá Bündchen incluida– al servicio de las pilas Duracell. Y lejos de parecer que el globo se desinfla, las revistas de cabecera de los «fashionistas» luchan por contar con un posado suyo y sus 1,14 metros de piernas. En su carrera acumula casi 500 portadas de revistas, corazón aparte, una cifra récord que no lograron ni Naomi Campbell ni Claudia Schiffer. De ellas, 50 pertenecen a «Vogue». Precisamente en mayo protagoniza una vez más el editorial de la biblia de la moda, a la vez que es portada de «Vanity Fair» –bajo el título «Y Dios creó a Gisele»– y cuando todavía está en los quioscos neoyorquinos como imagen del número de abril de «Harper's Bazaar». Eso sin contar que en lo que va de año ha copado la primera página de 24 ediciones de «Elle», de Japón a Reino Unido.La factoría Gisele también sabe dosificar con maestría sus apariciones públicas y sus desfiles, sin faltar a la cita patria con la semana de la moda carioca. Además, como cualquier multinacional que se precie, cuida mucho aquello de la «responsabilidad social corporativa». Y, aunque de momento no es embajadora de la ONU, su compromiso con la defensa del medio ambiente es una constante que cuida a través de las sandalias Ipanema, que ella misma diseña desde 2002, y principal motivo de su visita a nuestro país. «Hay que pensar que los problemas del mundo no son sólo de los demás, sino también míos», señaló como gurú de la biodiversidad y abanderada de un proyecto de reforestación y conservación de la flora atlántica brasileña. Tropiezo en el cineOtra de sus principales bazas radica en que conoce perfectamente sus limitaciones y sabe hasta dónde quiere y puede llegar. En 2004 cayó en el mismo error que la Crawford y la Schiffer y jugó a ser actriz en «Taxi». Le salió mal, y de aquello aprendió a diversificar el negocio sólo hacia aquellos campos en los que se sabe ganadora y ha limitado a lo imprescindible sus cameos en videoclips como el de los Blackcowboy. Aun con todo, parece tener los pies en la tierra cuando se le plantea su jubilación de las pasarelas y dónde se ve con 38 años: «Dentro de diez años... ¡Uff! No soy la misma persona que hace una década, por eso no te puedo decir cómo estaré dentro de una década. Ya te lo diré cuando llegue. Quiero vivir cada momento con la mayor intensidad. No quiero crearme demasiadas espectativas para no perderme lo que está pasando ahora».
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