Iglesia Católica

La perenne Navidad

La Razón
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Un viejo cuento de Navidad relata cómo unos pajes de los Reyes Magos repartían juguetes a los niños de una zona boscosa. Les acompañaba un muñeco: un simpático osito. Había más hogares de los previstos y se agotaban los paquetes. Al llegar a la última casita, no tenían nada que dejar. Se quedaron mirando al osito interrogativamente. Él afirmó con la cabeza y descendió del trineo. Al acariciarle la cabeza en señal de agradecimiento, unas lágrimas salieron de sus ojos, pero decididamente marchó hacia una ventana de la casa. Aceptaba volver a ser un juguete que acompañaría algún niño de aquel hogar.
Con grandísimo respeto y una infinita diferencia con el personaje del cuento, por referirme a Cristo Dios, el cuento navideño me hace pensar en el abajamiento del Señor, haciéndose hombre. En seis días será Navidad, tan verdad como hace 2007 años. Porque Dios emprendió el camino hacia nosotros una vez para siempre, y nada, hasta el fin del mundo, le impedirá venir y permanecer con nosotros. Ha andado el camino como Hijo de Dios, obedeciendo al Padre, y bajaba a las tinieblas del mundo. Detrás de sí, la omnipotencia y la libertad; delante de sí, la impotencia, la atadura. Detrás de sí el panorama divino y, delante de sí, la perspectiva de lo absurdo de la muerte en cruz.
Decía Von Baltasar que Él sembró semillas en nosotros para cuidarlas, para hacerlas madurar por todas partes. Al darnos la libertad de los hijos de Dios, no nos ha quitado la libertad humana del riesgo de los errores. Pero él se ha mezclado personalmente en la historia del mundo, al ser la Iglesia el Cuerpo de Cristo. Suceda lo que nos suceda, «somos tan pobres que no le producimos ninguna extrañeza al Dios del amor. Y su Hijo se siente como en casa, cuando se sienta entre nosotros». (Claudel).