Francisco Nieva

Las familias defectuosas

La Razón
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¿Está la familia cristiana en peligro? Pues como tantas en el mundo entero, por causa del capitalismo extremo, tecnicista y científico, que se aleja de muchos valores humanísticos a favor del dinero. Pero tengo la convicción de que todo termina ajustándose, bien o mal, con el tiempo.No desaparecerán las familias. Pero –ventajas de la edad– yo sí he visto, de pequeño, lo que eran muchas de las familias religiosas de otro tiempo y en mi pueblo. Cristianas, sí, pero bastante defectuosas, como cualquier familia defectuosa de otras religiones. Eran religiosas, pero había miembros que se odiaban de todo corazón, sin dejar de ir a misa y comulgar. Familias con un padre tirano, que bendecía la mesa y tenía una querida, además de un confesor, que se lo recriminaba formulariamente. El tipo se arrepentía, de momento, lo absolvían y comulgaba; pero continuaba con la querida y comulgando en pecado mortal, «auto-perdonado». Todo como Lope de Vega que, después de magrear a su musa, decía misa. En suma, conocí cantidad de familias que eran religiosas, pero hipócritas y mal avenidas, en las que se practicaba con cierta impunidad «la violencia doméstica cristiana», necesaria en algunas ocasiones; con hijos y con hijas pródigos, que se perdían por ahí bailando el tango. Quedaba la parte sumisa, en agria convivencia. Con broncas y discusiones a la hora de comer. Almuerzos infernales, previa bendición de la mesa. Algunas mujeres eran grandes sufridoras, pero también se desahogaban sobre los hijos y las hijas y las hermanas sobre las hermanas. Las mártires también martirizaban en su área correspondiente. Todos podían llevarse a la greña, pero cumpliendo con los protocolos de la Iglesia Católica. Las bien avenidas eran tan pocas, que hasta tenían fama y se las ponía como ejemplo. Pero éstas eran las más humildes, las bien acomodadas o ricas eran las amargas. La vida es amarga en general y también lo era para la familia cristiana, a la que de nada le valía cumplir con todos su deberes formales, en cuanto al rito, para permanecer batallona y hostil de forma secreta o tan ruidosamente explícita, que alcanzaba hasta el vecindario. -«¡Qué problemas los de esa casa! Pero nunca se les echa de menos en misa. Al menos, saben guardar las formas». Este modo de guardar las formas, bastaba para que la Iglesia bendijera a la familia en general y ponderase sus beneficios.

Y ciertamente, en misa se les pegaban más los demonios y volvían recriminándose religiosamente unos a otros. Las mujeres se consolaban rezando el rosario y éste significaba una pausa en el disgusto general que siempre reinaba en el hogar: los hijos apedreando la casa de la supuesta querida del padre y las hijas contestándole algunas insolencias en defensa de su santa madre, lo que atraía furibundas reacciones paternas, en tortas y mojicones a voleo, maltratos a la Santa y alabanzas en el casino, por parte de los amigos, identificados a sus penalidades como cabeza de familia, que tan sólo se permitía la mínima libertad que corresponde a cualquier honrado y viril ciudadano, como la de mantener a una fulana, que le dulcificara la vida y le aliviara el peso de tener que conducir semejante rebaño. Todo, antes que la separación o el divorcio. Esto era de lo más común. Y también que algún sacerdote tuviera su fulana en el mayor secreto, para sobrellevar la correspondiente tonsura. Este «viejo apaño» la Iglesia lo silenciaba, en aguerrida defensa de su doctrina, tanto como a cualquier otra religión le importa en especial que la humanidad entera se reconcilie bajo la suya propia.

Sería mejor manifestarse reli- giosamente porque mejore la familia cristiana, más que por hallarse amenazada como nunca, cuando siempre lo ha estado desde dentro, en un equilibrio inestable, que ha ido a la par con los tiempos. ¿Qué culpa tienen las autoridades laicas ni los ateos moderados como yo? Yo sólo he comprobado los motivos por los cuales Andre Gide, criado en una familia de hugonotes cumplidores y severos hasta el sadismo, declaró una vez angustiado: «Familias, yo os odio».