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La Razón
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Cuando Miguel Sebastián renunció a su acta de concejal de Madrid después de hacer el ridículo de una manera espantosa, me prometí a mí misma admirarle muchísimo. Miguel Sebastián me parece, de verdad, un tipo admirable. Por muchas razones. Algunas tienen que ver con la valentía con la que siempre ha afrontado sus opciones vitales y otras, con la docencia universitaria, a la que ha dedicado buena parte de su trayectoria profesional y además, muy requetebién. El problema es que Miguel Sebastián volvió. Ha vuelto y, para colmo es ministro. Dirán Vds. que también es Güemes Secretario de Comunicación del PP y nadie se ha encadenado a ninguna reja ni nada. Es verdad, aunque quizá deberíamos hacerlo después de oirle lo de los brotes de Salgado y la marihuana. En fin, Serafín. A lo que voy. Que volvió Miguel Sebastián, esta vez metido en un traje de ministro, y me estaba defraudando. Quiero decir que, quizá eclipsado por mi Bibiana Aído, que es mi personal mixto de pardillo campeón en concurso andaluz de silvestrismo, no destacaba. Estaba cauto, agazapado, dando de vez en cuando un atisbo de cante pero sin llegar a jondo. Excepto esta semana, en la que ha descubierto el lavavajillas español. Ole. Resulta que el ministro se ha comprado un lavavajillas español y nos lo ha contado despacito. Nos ha dicho, como dándonos una lección magistral, así, subrayando mucho cada sílaba por si no tenemos retentiva, que es competitivo, que funciona y que vaya adquisición tan buena, que menudo fenómeno soy eligiendo lavavajillas. Hoy he mirado fijamente a los ojos a mi lavajillas, o sea, al recipiente de la pastilla anti cal y le he notado un programa manchego, otro catalán, y luego, para acabar, uno vasco. Y, abierta la puertañica, me ha salido un baturro bailando jota de la misma alegría por la limpieza, que es una cualidad muy aragonesa. He oído un ohtia pijo y seguidamente un carajo. Ese es mi lavavajillas, me he dicho. Y me ha contestado en inglés. Mecachis.