Berlín
«Mortier me hizo creer en la ópera»
Es uno de los más grandes creadores de la escena. Oviedo le premia mañana por el montaje de la ópera «El caso Makropoulos», que se vio en el Teatro Real en 2008, adonde volverá con el gestor belga.
Tiene fama de huraño, de rehusar las fotografías y las entrevistas. Algo que no sorprende: viene a ser un común denominador entre «enfants terribles» y creadores de moda. El polaco Kryzsztof Warlikowski lo es. Triunfa en toda Europa –pasó por el Festival de Otoño con «The Dybbuk» y Gerard Mortier ha dicho que estará entre sus directores cuando llegue al Teatro Real–, y ahora también en España, donde su puesta en escena de «El caso Makropoulos» de Janácek, una coproducción del Real y la Ópera Nacional de París de 2008, ha obtenido el galardón de mejor dirección escénica de 2008 en los Premios Líricos Teatro Campoamor, los principales galardones del género que se conceden en España. Mañana lo recibirá. Y al poco, estrenará en Aviñón «(A)Pollonia», montaje que promete ser cuando menos controvertido y chocante, al mezclar textos de Esquilo y Eurípides con otros de Coetzee y de «Las benévolas» de Jonathan Littell. –Este premio, quizá junto a otros, ¿puede significar que una forma diferente de hacer ópera está triunfando en Europa?–Lo único que me tienta es que he estado haciendo óperas antes en Varsovia, y entonces apareció Gerard Mortier. Al conocerle, entendí que realmente quería luchar por las posibilidades de la ópera. Me uní a él y, en ese momento, empecé algo que no tiene nada que ver con una carrera para ser famoso en Europa. Empecé una batalla con la ópera, en lo que incluso sus «fans» llaman «universo artificial». Yo creo que no es artificial, y puedo defenderlo.–Usted comenzó en el teatro hace años, y cuando se mudó a París a principios de los ochenta empezó a interesarse por el mundo de la ópera...–Yo siempre he estado interesado por la ópera, y ya estrené allí producciones. Pero, desde luego, mi primer interés fue por el teatro. Sí es cierto que estuve algo deprimido respecto al teatro. Entonces Gerard apareció y me contagió su entusiasmo por la ópera y me animó a probar suerte de nuevo. Tengo la sensación de que no había trabajado para gente que tuviera la visión que yo necesitaba, estaba siempre luchando con el público, con los cantantes, los gerentes, pero nunca entendía qué deseaba hacer realmente. Entonces apareció Mortier y comprendí que era una persona que realmente creía en lo que hacía. Y me dije: si vas a trabajar en la ópera debes creer en ella. Comencé en París y me sentí de nuevo como al principio, cuando tenía los primeros treinta espectadores. –¿Cuánto ha influido en sus obras la historia reciente de Polonia y la de Europa en general?–Bastante. Vengo del teatro, de la vida, nunca he aceptado la fantasía. Desde el principio supe que ante todo yo debía ser comprensible. La ópera debe realizarse en un contexto de realidad, no para que la gente sueñe o se duerma, ni para epatar con una belleza burguesa que sirve sólo para aparentar. –La pregunta clave para muchos directores: ¿revolución o belleza?–Al final, quizá el único dios que puedes encontrar es la belleza. Está siempre presente en lo que hago y es lo que nos impele a buscar lo que nos trascienda, algo más místico.–Sin embargo, a veces ha elegido opciones de dirección que hacen que el público se sienta incómodo. Su «Parsifal», que recordaba el pasado reciente de Alemania, molestó a una parte de los espectadores…–Por un lado, quiero que el público de la ópera piense. Por otro, soy polaco, y realizo mi interpretación de Wagner desde esa perspectiva. Él significó mucho, fue utilizado de formas diversas por los políticos. Por supuesto que en esa pieza buscaba algo que respondiera a mis preguntas. Por eso admiré a Rossellini cuando trataba de descifrar el futuro de Alemania mientras Europa entera trataba de convertir al país en una cárcel. Pensar en Alemania es algo que me toca mucho: yo nací muy cerca de Berlín, en Szczecenin, una ciudad que le fue arrebatada a Alemania. Por un lado, tengo un miedo atroz a Alemania cada vez que viajo a Berlín… Por otra parte, veo a esas generaciones de la guerra, cómo se han cerrado y cómo no hay transferencia emocional entre ellas. Cayeron en la mayor de las bancarrotas tras la guerra; pero, sobre todo, desde un punto de vista espiritual fue un cataclismo para la mentalidad germana. Tras la guerra no surgieron ni escritores ni filósofos, como sí lo hicieron en el XIX, cuando el país estaba situado en lo más alto de Europa. –De hecho, su nueva producción, que estrena en Aviñón, «(A)Pollonia», tiene mucho que ver con esto.–Así es. Al principio quería invitar a la gente a un concierto, pensé que así llegaría fácilmente al fondo de asuntos importantes para la comunidad polaca. Y me planteé situarme en un «año 0» en Polonia. –¿Y cómo une a autores tan diversos como Esquilo, Eurípides, Coetzee y Littell?–(risas) Ah, mira, no puedo contártelo. Va a ser una versión catastrófica de nuestra historia. Básicamente se trata de la historia de hombre y mujer y de cómo toda la historia de la humanidad surge de esa diferencia. Puede ser como una nueva interpretación de la historia de Adán y Eva, sólo que aquí Eva no tienta a Adán con la manzana, sino que probablemente trate de Adán matando a Eva, de Eva queriendo ser asesinada por Adán, quizá de Adán siendo provocado para matar a Eva… –¿Es optimista o pesimista?–Según me hago mayor, quizá más maduro, trato de ver esperanza. Desde que abandoné la Iglesia Católica y traté de ser protestante, y después lo abandoné también… Desde ese momento busco a Dios. Hay algo muy profundo en mi interior. Ahora tengo algo de esperanza en la humanidad. –Ha realizado numerosos montajes de Shakespeare, de Sarah Kane y de Koltès. ¿Tres autores contemporáneos?–Sí, bastantes. Shakespeare fue mi primer maestro. Aprendí mucho sobre cómo pensar en el mundo, en Europa, más que en asuntos específicos, como proponen los dramaturgos clásicos. Necesitaba una perspectiva original.–¿Qué ha aprendido de su trabajo con directores como Krystian Lupa, Giorgio Strehler, Ingmar Bergman, Peter Brook, Andrzej Wajda…?–Fueron encuentros con grandes personalidades, traté de olvidarme de su teatro. Si alguien, como Strehler, Brook o Lupa, se convierten en autoridades morales, su misión ha tenido éxito. No se trata tanto de teatro o teorías, sino de tener enfrente a alguien que lo convierta en un instrumento de sabiduría. –Pero, ¿alguno de los mencionados le ha marcado más, ha sido más un referente moral?–Lupa tuvo una influencia muy fuerte. Es polaco, muy marginal y marcaba bastante. Por otra parte, supongo que mi faceta más occidental, la que me impulsa a ser más lógico y menos intuitivo, me viene más de Brook. –¿Cómo resultó su experiencia en España?–¿Con «El caso Makropoulos»? Bueno, tengo la sensación de que ofrecí a Madrid algo que debía calar y, sin embargo, me encontré con un público muy adormilado. Nosotros supimos que debíamos trabajar tras la caída de una dictadura comunista. Sin embargo, no parece que haya estado tan claro para los españoles que han vivido una dictadura, la de Franco. No hay remedio: vuestra forma de vida mediterránea, esa «dolce vita», resultó suficiente para zanjar el asunto y decir «no somos fascistas». Ahora os falta eso en vuestra personalidad, e incluso ahora en la calle se ve más a la masa que a los individuos. Os queda mucho trabajo por delante. Esa mentalidad del macho español, el orgullo español, resulta un obstáculo. España es hoy un país muy tolerante, y se da una mezcla de contradicciones, pero existen preguntas sin resolver aún. –Bueno, esperemos que en sus próximas visitas al Teatro Real el público no esté tan adormilado. Porque piensa venir a dirigir el año que viene, con Gerard Mortier aquí, ¿no es así?–Sí, voy a venir, y a ver cómo funciona… Espero.–¿Algún título en mente?–«L'Incoronazione di Popea», «Lu- lu»... No sé, aún no estoy seguro de lo que sucederá en el futuro.
Warlikowski, un número unoKryzsztof Warlikowski nació en 1962. Cuando se le comenta que, por fecha de nacimiento, podría ser considerado un director joven aún, se ríe y esboza un tímido: «Sí, supongo». Estudió en la universidad de Polonia y abandonó el país a comienzos de los años 80 rumbo a París. Confiesa que Shakespeare ha sido su primer maestro: «Necesitaba una perspectiva original», asegura.
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