Asia

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Occidente no puede permitir un estado fallido

La Razón
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esde que regresó de su exilio, Benazir Bhutto asumió la posibilidad de sufrir un atentado terrorista que acabara con su vida. Nada más pisar suelo paquistaní los terroristas organizaron una matanza que causó más de ciento cincuenta muertos. Entonces salió ilesa. Ayer no pudo esquivar su destino y murió por las heridas recibidas en un nuevo atentado en Rawalpindi, que ha causado otras decenas de muertos. Con este magnicidio parece que tienen razón quienes califican a Pakistán como el país más peligroso del mundo. Pero Pakistán no es sólo un país peligroso. Es un país clave para la estabilidad del mundo. Y la seguridad de Afganistán, incluidas nuestras tropas, depende mucho de lo que ocurre en su vecino oriental. Desde el año 1998 Pakistán pertenece al club atómico. Es el único país islámico que posee arma nuclear. Por ello es una de las piezas más cotizadas para la yihad global. Quienes acabaron ayer con la vida de Benazir Bhutto buscaban sembrar dificultades insalvables en el camino hacia la democratización y la reconciliación de Pakistán. El asesinato de la líder del Partido del Pueblo de Pakistán (PPP) abre un nuevo y grave interrogante en el futuro de esa nación.

Hace pocas semanas todo el mundo se sobresaltó con el golpe institucional del general Musharraf. El regreso de Bhutto y de Nawaz Sahrif y la confirmación de las elecciones legislativas de enero abrieron una pequeña ventana de esperanza en el convulso panorama paquistaní. A Occidente le interesa un Pakistán estable, que sea un aliado seguro y fiable en la lucha contra la yihad global que está librando una de las batallas más decisivas en el vecino Afganistán. No nos interesa un Pakistán autoritario y poco previsible, en medio del conflicto de Afganistán en el que Pakistán, por su endiablada geografía física y humana, sirve de retaguardia tanto a las fuerzas prooccidentales que combaten contra los integristas islámicos como a las milicias protaliban.

Ese interés se logrará mejor si Pakistán camina con paso decidido hacia la institucionalización y la democratización. El oscuro episodio de la red de proliferación nuclear urdida por algunos de los personajes clave de los servicios secretos paquistaníes es tan sólo un ejemplo del potencial desestabilizador de un Pakistán dirigido por fuerzas con intereses antioccidentales. La pregunta es cómo ayudar a que en Pakistán gane el Estado de Derecho y la democracia. La reconciliación y el avance en la resolución de los conflictos fronterizos con India, que ya causaron varios enfrentamientos en el siglo pasado, parece ser una de las claves de esta ecuación. Las Fuerzaa Armadas y de Seguridad paquistaníes, unas de las más importantes del mundo y de la región, están preparadas para librar un conflicto con su vecino del Este. Pero no lo están para hacer una aportación decisiva en la lucha contra el terrorismo yihadista. La paz y la estabilidad con India sería un elemento importantísimo porque liberaría recursos necesarios para combatir a grupos protaliban que actúan dentro de las fronteras de Pakistán y que dan cobertura los fanáticos que atacan a las Fuerzas Occidentales en Afganistán.

Un Estado reforzado con esa paz con India podría desarrollar también políticas más activas para luchar contra la radicalización creciente de algunos sectores de la sociedad paquistaní. En el último y devastador terremoto las redes sociales de las organizaciones radicales islamistas fueron las primeras en estar sobre el terreno, ayudando a los damnificados. Las madrasas integristas cumplen también con esa función social y son aprovechadas por los radicales para tejer sus redes. El Estado debe adoptar una política eficaz e inteligente que refuerce su legitimidad ante esos sectores y frustre la captación por parte de las organizaciones radicales de sectores descontentos.

No es un panorama halagüeño el que se abre para la estabilidad y la reconciliación de Pakistán. Pero la apuesta de Occidente, y también de las potencias con intereses en la región (India, China, Rusia) debe ser apostar a fondo por su estabilidad y por su progresiva democratización. A nadie, más que a las redes de la yihad global, le puede interesar que Pakistan sea un estado fallido. Por eso esta crisis que vive la nación asiática puede ser utilizada para empezar una política conjunta basada en objetivos concretos.

Europa puede aprovechar esta oportunidad para plantear a Estados Unidos un enfoque compartido hacia el subcontinente indio. Las relaciones atlánticas, muy mejoradas desde la llegada al poder de Merkel y Sarkozy en Alemania y Francia, tienen ahora una oportunidad para avanzar intereses de seguridad y estabilidad conjuntos.