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Otro mazazo en Nervión

La Razón
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SEVILLA- El Sevilla cayó eliminado de la Liga de Campeones como más duele, en la tanda de penaltis. Demirel, portero del Fenerbahçe, detuvo los tiros de Escudé, Maresca y Alves, y metió a su equipo en los cuartos después de 120 minutos de angustia. Un mazazo más en una temporada negra de la que el equipo de Nervión tardará en reponerse.

En condiciones normales un equipo que se marcha al descanso ganando por tres goles a uno habría tenido amarrada la eliminatoria. El Sevilla, no. Le bastaba un gol para eliminar al Fenerbahçe si era capaz de mantener la puerta a cero. Lo primero, marcar, era muy probable. El abismal potencial ofensivo del Sevilla da para eso y más. Lo segundo resulta a día de hoy una quimera para el conjunto de Manolo Jiménez.

Los cimientos del Sánchez Pizjuán temblaban minutos antes de comenzar el partido mientras la afición –y Del Nido en el palco junto a Platini– cantaba el himno de El Arrebato. Había pedido el club a su afición que convirtiera el estadio en una caldera, más caliente incluso que la que les recibió en Estambul hace dos semanas, y que fuera quien llevara en volandas al equipo. Dicho y hecho. Bastaron cinco minutos y una falta de Alves aparentemente fácil de desviar para que el pase a cuartos de final cambiara de manos, de las de trapo de un portero «amigo» como Demirel a las musulmanas de Keita y Kanouté, que agradecían a Alá el regalo, que volvía a repetirse segundos después cuando el propio Keita mandaba un obús que tampoco fue capaz de repeler el portero turco.

El Sevilla había logrado lo más complicado. Jiménez pedía a sus futbolistas que jugaran como si el marcador continuara con el empate inicial. Zico había anunciado que no se limitaría a defender y tuvo que hacerlo por obligación. La consecuencia fue un partido de ida y vuelta.

Nadie podía imaginar el cambio que experimentaría el partido pasado el primer cuarto de hora en el que el Fenerbahçe parecía desarbolado por la movilidad de Capel. La pesadilla sevillista, la defensa del fútbol de estrategia, se cobró su factura habitual. Esta vez sin uno de sus dos únicos defensas verdaderos, Dragutinovic, que era atendido fuera del campo. Deivid aprovechó el primer regalo y los nervios se apoderaron de todos. Ni siquiera la magistral aparición de Kanouté para anotar el tercero permitía a los sevillistas respirar en un final del primer tiempo agónico, con Poulsen evitando entre los palos el gol que podía provocar la prórroga. Fue la sensación que se prolongó durante toda la segunda parte. El equipo temblaba en cada balón colgado sobre su área, no generaba su fútbol. Deivid, otra vez solo en el área chica, conducía la eliminatoria la prórroga a falta de diez minutos.

El partido estaba roto, precioso para el espectador, pero no para el sufrido hincha sevillista que se veía con 30 minutos por delante sin Luis Fabiano en el campo y un once con menor vocación ofensiva que su rival. Era el momento de apelar al espíritu de aquel jueves de Feria en la que Puerta cambió la historia del club con un gol al Schalke. Pero Antonio no estaba sobre el césped. Aún quedaba Glasgow, pero ni «San Palop».