Cádiz
Quiero ser torera Vanessa Montoya
No había cumplido los dieciséis años cuando Conchi se sentó frente a su madre y le confesó que el baile no era lo suyo. «Después de matricularse en quinto curso del conservatorio de danza, pensé que me iba a decir aquello de ‘'mamá, quiero ser artista'', como Concha Velasco», recuerda Concepción. Pero no. Su hija quería y quiere vivir del toreo.
Han pasado dos años desde entonces y Conchi Ríos lucha por hacerse un nombre en un mundo donde muy pocas mujeres han logrado reconocimiento y apoyo del público, compañeros y empresarios. A saber, Cristina Sánchez, la rejoneadora Conchita Cintrón... y poco más.
En Andalucía, de los más de quinientos alumnos de las escuelas taurinas, las chicas no llegan a a la veintena, y en la Escuela de Tauromaquia de Madrid, sólo hay una alumna entre ochenta mozos que sueñan un día sí y otro también con una puerta grande en Las Ventas, a poder ser en San Isidro. Joaquín Bernardó, veterano profesor del centro madrileño, está convencido de que este desfase no responde a ningún tipo de discriminación, sino a una historia cargada de tradición que todavía pesa. «Cuando alguien vale, da igual su sexo. A las cinco de la tarde, el toro sale para todos a la plaza y enfrente está el torero, sea hombre o mujer», comenta desde su experiencia. Esta visión de la fiesta es la que mueve a Conchi y a otras tantas aspirantes a matador, como Sandra Moscoso, Vanessa Montoya y Verónica Rodríguez, que no desfallecen en su empeño de vivir por y para el toro. Y eso que no lo han tenido nada fácil para saltar del tendido al albero.
«Naranjas de la china», fue la primera respuesta de Concepción ante el anuncio de su hija, «pero acto seguido acepté, porque me imaginaba que lo dejaría pronto». No fue así, y ahora comparte cartel con figuras como Ortega Cano y El Fundi. «Estoy muy orgullosa, porque hay que ganárselo, pero también es una gran responsabilidad», dice Conchi, que prefiere que se hable de ella en femenino: «En la plaza soy torera, no torero, y me muestro como mujer con una esencia, andares y dulzura que sólo nosotras tenemos», mantiene esta murciana que nunca se ha sentido ninguneada por cuestión de género.
Apoyo de los empresarios
«Aunque todavía hay alguno que las ve como intrusas, creo que han demostrado que arriesgan como el que más. Yo no soy quién para ponerle puertas al campo», garantiza Jesús Trigueros, el empresario que ha contratado a Conchi para que el 16 de mayo muestre su arte en las fiestas de Alcantarilla (Murcia).
«En la escuela siempre me han tratado como a uno más, aunque también me he encargado yo de ganarme el respeto», asegura Sandra Moscoso, que prepara la alternativa para finales de este año después de haber hecho el paseíllo en Las Ventas y La Maestranza. Todavía recuerda con nitidez el día en que se puso por primera vez delante de una becerra. Tenía 9 años y no se libró de un buen revolcón. Con 16, su padre, ganadero por aquel entonces, le firmó la autorización para matricularse en la escuela, seguro, como Concepción, de que aquel capricho se esfumaría. «Total, tienes mucho miedo y no vas a torear», vaticinó. Y se equivocó. Sólo pasó un mes y Sandra se presentó en casa con el cartel de la que fue su primera corrida. Ahora, todos hacen piña y comparten con ella tanto las tardes de silencios como las de pañuelos blancos. Moscoso es consciente de lo que cuesta eso último, «y más con esta crisis», pero le resulta impensable que algún compañero pueda vetarla por el hecho de ser mujer. «Si realmente soy capaz de estar al mismo nivel que un hombre, de crear espectáculo y que el público, que es el que manda, vaya a verme, quien toree conmigo tendrá que aceptar», sentencia. Antonio Lozano, primero profesor de Sandra y ahora su apoderado ve en ella «una trabajadora honesta que se toma su profesión terriblemente en serio. No me deja de soprender su madurez y serenidad, algo intrínseco a la mujer».
Las maratonianas jornadas de entrenamiento le impiden a Sandra pensar en novios, aunque sí ha logrado robarle horas a la almohada para terminar sus estudios de Comercio y levantar un negocio de informática. «No tengo espacio para los chicos, pero en la vida hay tiempo para todo y ya llegará», confía.«Sé que es un poco raro decirle a uno que soy torero, pero me gustaría que el hombre que compartiera la vida conmigo fuera del mundo del toro», comenta la mallorquina Verónica Rodríguez, que también sabe de sacrificio: «Siempre he renunciado a quedar con mis amigas y a salir por la noche, pero cuando llega la recompensa en la plaza se te olvida lo mal que lo has pasado».
Sello femenino
Basta cruzarse con Verónica por las calles de Cádiz, donde reside actualmente, para comprobar, además, que aquello de la mujer torero con ademanes masculinos es un mito. En el ruedo es fiel al traje de luces, pero en las casetas de la feria cumple con su traje de flamenca. «Con flor incluida», apostilla. «Soy muy femenina tanto dentro como fuera de la plaza. Me gusta que se note que soy una mujer», deja caer convencida de que su femineidad es un arma de doble filo. «Puede ser más complicado o más fácil, según lo mires: si demuestras que eres buena, como es poco habitual, te abres camino con más facilidad, pero como es un mundo de hombres, quizá no te dejen destacar», dice, si bien hasta el momento no ha sufrido ninguna cornada machista que le haya hecho plantarse ante algún comentario desafortunado.
El toro en los genes
Vanessa Montoya jugaba a verónicas y chicuelinas en Triana. Familia de los maestros Gitanillo de Triana y Curro Puya, con diez años los genes salieron a flote y terminaron de afianzar su vocación, «aunque por ser la única niña de la familia me tenían muy protegida». Por eso la dejaron en casa la tarde en la que a sus primos y a su hermano les pusieron frente a una vaquilla. «No pegaron ni un pase, y en cierto modo me alegré», señala. Cuando su tío se desesperaba porque nadie tomaba el relevo generacional, sorprendió a todos saltando como espontánea a un tentadero. A estas horas se recupera en México de una cornada de once centímetros que sufrió hace doce días en Tamaulipa y confiesa que «aquí es donde he conocido el miedo, pero no por la cogida, sino por el virus de la gripe A». A punto de cerrar un contrato para torear en La Monumental, ya se ha puesto a entrenar, «porque estaba enloqueciendo de estar en reposo, tengo mono». En su carrera no le ha pesado ser mujer, pero tampoco le ha estigmatizado ser gitana: «Nuestra generación está acostumbrada a ver a mujeres toreras y, además, ser gitana incluso me ha ayudado, porque nuestra forma de expresar y de ser se respeta en cualquier arte, también en el toreo».
Vanessa cuenta además como apoderado con una de las pocas mujeres que también ejerce como tal. Teresa Ojeda lleva 16 años como empresaria taurina y constata que «nunca he percibido el machismo»; sin embargo, augura que «en cuanto alguna de estas chicas tome la alternativa y suba su escalafón pueden venir los problemas y los vetos».
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