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Sonreír

La Razón
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No hay nada más bello en el rostro humano que la sonrisa. Ni los rasgos faciales más admirados ni la cirugía estética más conseguida logran lo que una buena sonrisa en un rostro corriente. Una sonrisa luminosa derrumba los muros de los más encanallados, rompe las fronteras de las lenguas, fulmina los resquemores con los que nos encontramos en lo cotidiano. ¿No se han dado cuenta? Sí, seguro que sí. Lo difícil es lograr que con el paso de los años la sonrisa siga siendo nuestro mejor atributo. Los niños y los jóvenes la tienen a flor de piel, por eso nos seducen tanto. A los adultos los golpes nos la borran, es como si el corazón se reflejase en los labios. Y ahí está la cuestión, porque una sonrisa falsa no sirve para nada. No engaña a nadie. Sólo si nos sale de dentro, si es el reflejo de un corazón contento y generoso, puede la sonrisa conquistar al otro. ¿Y cómo conseguirlo? ¿No es el carácter el que nos la da o nos la quita? Sí y no. Es cierto que el carácter imprime gesto. Pero no podemos dejarlo todo en manos de los genes o de los dioses. Nosotros también podemos modelarnos a través de la conciencia. Hay que creer que llevamos las riendas y podemos elegir ciertos caminos. Cuando uno descubre que sólo así puede modificar su vida, cuando uno se da cuenta de que echar la culpa afuera sólo conduce a la impotencia y la amargura, comienza el cambio. Yo no soy ni mi padre ni mi madre, nos decimos, yo soy yo y estoy aquí para descubrir quién soy. Entonces, a base de mucho aprendizaje, comenzamos a aceptarnos, a querernos, a ver lo positivo de la existencia. Es un juego fabuloso, de verdad. Tan complicado como único. Porque es lo único que puede devolvernos la sonrisa. La auténtica. La que nace de una profunda confianza en uno mismo y, por lo tanto, en el otro. Ir así por la vida es divertido, felicísimo, amigos.