Internacional

El arriesgado cálculo electoral de Trump

El presidente alardea de tener una aprobación «récord» entre las bases republicanas tras eliminar a Suleimani. Quiere evitar otra guerra en Oriente Medio y apuesta por las sanciones pero la tensión con Teherán sigue disparada

Donald Trump
Donald TrumpEvan VucciAgencia AP

Donald Trump parecía más airado de lo que acostumbra. Hablaba para una audiencia de fieles en Ohio, uno de los Estados decisivos de cara a 2020. A la misma hora, a 725 km de distancia de la ciudad de Toledo, el Congreso votaba para controlar su capacidad ejecutiva en Irán y la facilidad con la que pueda o no ordenar la guerra. El presidente tiene la vista en las elecciones presidenciales de noviembre, unos comicios que quiere ganar a toda costa, por lo que el ataque contra el general iraní y la política exterior de la Administración Trump también tiene que analizarse en clave electoral.

«No hice nada malo», explotó Trump, mientras la resolución era aprobada en la Cámara. «Ni siquiera saben qué demonios está pasando», añadió. A continuación llamó «débil» a la presidente del Congreso, Nancy Pelosi. Abrochó su retrato de los demócratas, a los que acusó de «patéticos», con una descripción del general Soleimani, asesinado en una operación militar estadounidense, al que describió como un terrorista «sediento de sangre». Si los demócratas protestan es solo porque les indigna más la muerte de un «horrible terrorista» que «los crímenes salvajes».

Indiferentes al hecho de que «a sus innumerables víctimas se les negó la justicia durante tanto tiempo», Trump también insistió en que el comandante supremo de la Fuerza Quds, responsable de la política militar de Irán en el exterior, estaba a punto de cometer un acto de terrorismo contra EE UU. Poco después Washington ardía con rumores que apuntan a la conjetura de un posible ataque contra la Embajada estadounidense en Bagdad, capitaneado por Soleimani. En realidad la arquitecta de la resolución fue Barbara Lee, una veterana congresista demócrata de la que Sarah Ferris en «Politico» escribió que es conocida en Washington por su determinación a la hora de establecer aduanas al poder militar de los inquilinos del Despacho Oval. En 2001 ya se enfrentó con Bush por Irak, e hizo lo propio a Obama en Siria y antes, cuando Clinton ordenó bombardear Yugoslavia.

Ayer, Trump clamaba victorioso en Twitter que contaba con «el 95% de la tasa de aprobación dentro del Partido Republicano, un récord». Asimismo, el presidente reconocía que a nivel general aprobaba, pues su índice de aprobación rondaba el 53%. Pero más allá de las acciones episódicas en Irán, se trata de dilucidar los planes del presidente para la región. ¿Acaso ha abandonado sus tendencias aislacionistas, las mismas que provocaron la dimisión como secretario de Defensa del general James N. Mattis, después de que el presidente anunciara la retirada, posteriormente matizada, de las tropas de EE UU de Siria?

La muerte de Soleimani, sumada a la declaración posterior de Trump, en la que amenazaba con arrasar Irán y destruir su patrimonio histórico-artístico, hacía presagiar que el mundo se encontraba en la antesala de una guerra de consecuencias posiblemente devastadoras. Desde luego que Mattis y otros militares y políticos han abogado desde hace años por intervenir contra Irán.

John Bolton, ex consejero de Seguridad Nacional, felicitó en Twitter «a todos los involucrados en la eliminación de Qasem Soleimani. Planeado durante mucho tiempo, se trata de un golpe decisivo contra las actividades malignas en todo el mundo de la fuerza Quds. Espero que éste sea el primer paso para el cambio de régimen en Teherán». Tanto Bolton como Mattis como, por ejemplo, el senador Lindsey Graham, han seguido con gran preocupación las acciones expansionistas de Irán. De Hizbulá en Líbano y palestina a las milicias prochiíes en Irak, la larga mano de Soleimani también alcanzaba a Siria, Yemen, Afganistán o Gaza. ¿Su eliminación podría asimilarse con el inicio de una política mucho más proactiva? Desde luego que ensayistas tan poco sospechosos de simpatizar con Trump como Thomas Friedman defienden que el general iraní fue uno de los principales responsables de una política exterior catastrófica para Irán. Lo que conduce a tasar la probabilidad de una guerra abierta con EE UU. Un conflicto enfriado por el propio Trump cuando compareció desde la Casa Blanca para simultanear las amenazas con algo más que guiños en favor de la diplomacia. Algo que su Gobierno también había hecho explícito con una carta de la embajadora de EE UU ante en Consejo de Seguridad de la ONU, Kelly Craft.

Una misiva importante por lo que pueda anunciar de las verdaderas intenciones de la Administración Trump, y que debe leerse junto al bombardeo que acabó con la vida de Soleimani, pero también al lado de la enésima ronda de sanciones económicas. Tras asegurar que el asesinato del general fue poco menos que un acto indispensable para protegerse, Craft explicó que su país está «listo para participar sin condiciones previas en unas negociaciones serias con Irán, con el objetivo de evitar un mayor riesgo para la paz y la seguridad internacionales o la escalada del régimen iraní».

Al final, después de romper el acuerdo internacional suscrito por Barack Obama, al que culpa de dar vida a los ayatolás y de financiar sus actividades terroristas, el hombre que compareció para anunciar el fuego del infierno parece haber retomado la senda más convencional. La del palo y la zanahoria, que combina las acciones militares quirúrgicas con las sanciones económicas, y que combina las exhibiciones de poderío militar con los llamamientos a la ejercitar la vía de las negociaciones.

Un resumen perfecto de una estrategia para Oriente Medio bastante similar a la adoptada por Trump con Corea del Norte. Más agresiva si cabe porque el enemigo iraní carece de la bomba. Pero bastante similar en cuanto al patrón de conducta, tan contundente como errático y tan arriesgado como incongruente. Sorteados los primeros vientos de guerra, queda por ver si EE UU no acabará por verse obligado a abandonar Irak. De hacerlo, Trump habría proporcionado una victoria póstuma al hombre al que Friedman y otros acusan de haber provocado el auge del mismo Estado Islámico, alimentado después de «presionar al primer ministro iraquí, Nuri alMaliki», para que machacara a la minoría suní. «El Estado Islámico fue la contrarreacción».