Líbano

Un ejército de cristianos para combatir la pandemia en Líbano

La parroquia de San Jorge reúne a un equipo de voluntarios para repartir alimentos entre una población ya castigada por la crisis económica que golpea al país árabe

El padre Jad, protegido con guantes y mascarilla, reparte comida entre los vecinos del barrio cristiano de Geitawi/Ethel Bonet
El padre Jad, protegido con guantes y mascarilla, reparte comida entre los vecinos del barrio cristiano de Geitawi/Ethel BonetLa Razón

Los contagios y los muertos por coronavirus no son las únicas víctimas de esta pandemia global. En el mes de noviembre, el Banco Mundial de Alimentos predijo que por la recesión económica en Líbano la población bajo la línea de la pobreza iba a crecer del 30% al 50% en 2020. “Más del 80% de los trabajadores con pocos recursos tienen trabajos informales, temporales y precarios con salarios inferiores o cercanos al umbral de pobreza, lo que los hace particularmente vulnerables a las crisis financieras”, señala Human Right Wach (HRW) en un estudio.

Pero ahora con el Covid-19 los economistas creen que ha aumentado drásticamente con el confinamiento que impuso el Gobierno libanés desde el 15 de marzo y que se alargará hasta el 26 de abril. A este problema se suma la depreciación de la libra libanesa, que ha perdido cerca del 50% de su valor frente al dólar, lo que ha encarecido la cesta de la compra.

La población libanesa, especialmente los más desprotegidos, ancianos que viven solos y no pueden salir de casa o familias numerosa que se han quedado sin ingresos, son también víctimas directas de la epidemia.

En estos días de Semana Santa, la caridad cristiana aumenta. Cuando empezó la epidemia, un párroco maronita lanzó una campaña para recibir donaciones entre sus feligreses de la parroquia de San Jorge (en el barrio cristiano de Geitawi) y ayudar a los más necesitados en el barrio. “Pasamos de tener unos 20 familias o individuos necesitados a 60, en menos de una semana”, explica el padre Jad a LA RAZÓN.

La parroquia ha reunido una “tropa” de más de medio centenar de voluntarios que hacen turnos para poder llegar al mayor numero de vecinos y ayudarles con el reparto de comida, medicinas y hasta pagar el alquiler.

El padre Jad desborda energía, al tiempo que organiza las cajas con comida, atiende a los feligreses y le da tiempo para acompañar casa por casa a los voluntarios que reparten las cajas con ayuda para ver como se encuentran cada día los beneficiarios. Farid, de 75 años, sufrió un derrame en las piernas y no puede caminar. Está solo en el mundo y es muy pobre. “Los vecinos le querían echar de la casa, pero pude intervenir y les prometí que me haría cargo personalmente de todo lo que necesite este pobre hombre”, lamenta el padre Jad, enfundado con una mascarilla y guantes, mientras subimos las escaleras de un edificio antiguo sin ascensor hasta la azotea, que es donde vive Farid.

La parroquia le ha donado un frigorífico, le ha puesto el cableado de electricidad en su diminuta y pobre vivienda, además de llevarle comida y a veces medicinas. Sin ellos este pobre anciano solo estaría en una situación desesperada.

Didi es una de las voluntarias más veteranas del padre Jad y tiene a su cargo a otros 15 voluntarios, que trabajan por turnos. “Todos somos colegas, maestros, que ahora que no estamos trabajando por que los colegios están cerrados ayudamos al padre Jad para llevar comida a los más necesitados del barrio". “Hago esto, ayudar a los demás, porque un día podría estar yo en su lugar, estar contagiada por el Covid-19, y me gustaría que hicieran lo mismo por mí”, manifiesta Didi a LA RAZÓN. “Somos cristianos y es nuestra obligación ayudar a quien más lo necesita”, puntualiza, esta profesora de árabe, en suspenso temporal.

La sociedad civil y las asociaciones caritativas religiosas están llenado el vacío de las autoridades incapaces de hacer frente a la crisis económica y entregar las ayudas prometidas a los más afectados por la crisis del coronavirus. El 1 de abril, el Gabinete libanés anunció un paquete de ayudas de hasta 400.000 libras (150 dólares) por familia a los más pobres. Una semana antes, había prometido 75.000 millones (alrededor de 50.000 dólares, según la tasa oficial) para asistencia alimentaria y sanitaria. Sin embargo, hasta la fecha no han sido distribuidas ninguna de las ayudas.

Si bien el Gobierno libanés ha extendido los plazos para pagar impuestos y facturas de los servicios públicos, no ha tomado medidas para aliviar las dificultades financieras, como suspender los pagos de alquileres o hipotecas residenciales o comerciales, ni ha ordenado una moratoria de los desalojos.

Nour vive con su madre, seis hijos y esposo, que hasta ahora era el único sustento familiar, pero como muchos libaneses se ha quedado sin trabajo. Gracias a la caridad del padre Jad y las donaciones de sus feligreses, Nour ha podido pagar el alquiler de la vivienda, ya que desde hace dos meses su marido está sin trabajar. “El casero nos amenazó con que si nos retrasábamos otro mes más en pagarle el alquiler nos echaría a la calle”, explica a LA RAZÓN. “El padre Jad es un ángel, sin él no sabríamos que hacer. Le estamos tan agradecidos”, exclama Nour, junto al párroco, qué se ruboriza con tantos halagos.

En su parroquia vacía de feligreses, el padre Jad da homilías por videoconferencia para ayudar a los cristianos que no pueden ir a misa en días tan señalados como es la Semana Santa.