Elecciones
El laberinto israelí
Las cuartas elecciones no han logrado despejar el panorama político en Israel que sufre una atomización parlamentaria salvaje
Israel se ha convertido en un país ingobernable por la atomización parlamentaria. Las cuartas elecciones en dos años no han logrado despejar el camino para un gobierno estable. La realidad es tozuda. El primer ministro, el inamovible Benjamin Netanyahu, ha conseguido la primera posición con 30 escaños, pero ha quedado lejos de la mayoría de 61 diputados que requiere la Knesset (el Parlamento hebreo).
El éxito de la campaña de vacunación, el alegre regreso a la vida precovid gracias a los pasaportes de inmunidad y la caída drástica de los contagios han facilitado la victoria del Likud, sin embargo las reticencias sobre el primer ministro siguen vigentes en una parte del electorado. La imputación de Netanyahu en tres casos de corrupción ha hecho mella. Todos los sábados desde el pasado mes de agosto un grupo de manifestantes se concentra a las puertas de Beit Aghion, la residencia del primer ministro, para pedir su dimisión. El «ministro del crimen», le llaman. Pero Netanyahu es un político combativo y se crece ante la adversidad.
Vacunas vs gobierno
Israel es tanto un campeón mundial de la vacunación como un ejemplo de los riegos para la gobernabilidad de la fragmentación política. La democracia israelí es una de las más representativas con un sistema proporcional que permite la entrada en el Parlamento a los partidos que superen el 3,25% de los votos. El umbral estuvo en el 2% y se incrementó un 1,25, pero sigue realmente bajo. Para que se hagan una idea en España el límite para conseguir representación parlamentaria está en el 5%. La posibilidad de que los israelíes tengan que acudir de nuevo a las urnas en verano ha disparado el desencanto político entre la población y la sensación de que el sistema electoral está agotado.
Desde Israel, Alon Pinkas el ex diplomático y columnista del diario «Ha’aretz», enfría la posibilidad de que se acuerde una reforma del sistema electoral. «El cambio del sistema es un debate recurrente, pero raramente madura en una reforma de calado. Tuvimos elecciones directas del primer ministro en 1996, 1999 y 2001, pero la división de las papeletas fue peor que el sistema original». Y recuerda que a pesar de la subida del umbral, la fragmentación política no se ha erradicado. En el debate está la posibilidad de elevar el límite a un 5%, pero, en su opinión, el problema del bloqueo político no es necesariamente estructural o sistemático sino más bien una cuestión política.
«Netanyahu tiene asegurados una base fiel de votantes de 20-25 asientos en el Parlamento, mientras la izquierda y el centro izquierda arrastra una crisis de liderazgo de 15-20 años». El hundimiento del Partido Laborista y la incapacidad de presentar una alternativa al Likud desde la izquierda ha facilitado los quince años de monopolio, los doce últimos de forma consecutiva, de Benjamin Netanyahu.
El «rey Bibi», como le apodan en Israel, es un maestro del juego político y un mago de la negociación. Para lograr los 61 asientos necesarios en la Knesset, Netanyahu debe subir a bordo a los conservadores islamistas de Ra’am y al Sionismo Religioso. Dos extremos del arco parlamentario. Para Tail Schneider, la corresponsal diplomática del «Times of Israel», estos movimientos resultan problemáticos. La integración de un partido islamista en el bloque conservador amenaza con enajenar a alguno de sus eventuales socios de la derecha como Yamina.
Cuesta visualizar al extremista Itamar Ben Gvir, al nacionalista Naftali Benet y al islamista Mansour Abas en una misma coalición. Schneider asegura que si Yamina y el Sionismo Religioso entran en el Gobierno «veremos un cambio de aproximación sobre asuntos clave como el tratamiento de la población árabe, los derechos de la mujer o del colectivo LGTBI. Es una situación muy compleja pero ha sido Netanyahu quien ha propiciado este escenario». Y concluye: «Este escenario no es bueno para el país y no es bueno para los valores liberales».
Las quintas elecciones
Para Alon Pinkas, antiguo asesor de Simon Peres, «hay un 33% de probabilidades de unas quintas elecciones en septiembre, un 33% que Netanyahu consiga sumar a sus desertores y forme una coalición y un 33% de posibilidades de que sea la oposición quien pueda formar gobierno». Las elecciones anticipadas «es un escenario horrible, que nadie quiere –añade la periodista del «Times of Israel»– pero desgraciadamente es una hipótesis que no se puede descartar en estos momentos.
El presidente israelí, Reuven Rivlin, probablemente entregue a Netanyahu el mandato de formar gobierno por ser la fuerza más votada pero si no logra atar los apoyos, el centrista Yaid Lapid, intentará configurar una mayoría alternativa. El general Benny Gantz, de Azul y Blanco, se desacreditó a sí mismo al pactar con Netanyahu en las pasadas elecciones y configurar una coalición abocada al fracaso. Mientras se explora la posibilidad de configurar un gobierno, las fuerzas de la oposición tratarán de descabalgar a Netanyahu con la aprobación de un proyecto de ley que impida a un imputado por corrupción ejercer de primer ministro.
La posibilidad de que se produzca un reagrupamiento de los partidos a la derecha y a la izquierda para corregir los excesos de la atomización política parece lejana. «Es exactamente lo que muchos queremos que los políticos hagan, pero hay una debilidad humana llamada “ego” y una sociedad que es realmente heterogénea», dice Alon Pinkas. España sufre unas dolencias similares. El experimento multipartidista ha dejado un sabor agridulce y los electores empiezan a darse cuenta de que con el bipartidismo vivíamos mejor.
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