Afganistán

100 días de emirato talibán: sin novedades en el guion

El régimen fundamentalista confirma los pronósticos más realistas: autocracia, inseguridad y pobreza son la realidad cotidiana del país de Asia Central, que vive una auténtica catástrofe humanitaria

Miembros talibanes se sientan en un vehículo durante un desfile militar en Kabul, Afganistán
Miembros talibanes se sientan en un vehículo durante un desfile militar en Kabul, AfganistánSTRINGERREUTERS

Cien días de Emirato Islámico talibán en Afganistán. Cien días de oprobio y resignación para los afganos. Cien días de desconexión con el mundo exterior. Cien días de sufrimiento y privación material. Cien días de inseguridad y violencia sectaria y fundamentalista. Cien días de políticas represivas. La efemérides no ha hecho sino confirmar el guion previsto cuando los talibanes recuperaron de manera fulgurante el poder el pasado 15 de agosto, veinte años después de que su primer régimen (1996-2001) fuese derrocado por las fuerzas de la Alianza Atlántica.

Aplastados tempranamente los focos incipientes de resistencia en torno al valle del Panshir –y prohibidas las manifestaciones-, los talibanes no tienen hoy oposición interna organizada al margen de grupos yihadistas como la rama local de Daesh, el Estado Islámico de Jorasán. Los tribunales de la extinta República han desaparecido y la justicia talibán, basada en la sharía o ley islámica, es la única que impera. El Gobierno, liderado por la vieja guardia talibán -con Mawlawi Hebatullah Akhundzada como líder del Emirato-, sigue sin obtener el reconocimiento internacional deseado.

Situación social crítica

Aunque la realidad económica y social ya era muy dura en el momento en que los talibanes tomaron el poder, la situación se ha agravado aún más en estos últimos meses. El Estado se encuentra financieramente en quiebra. Por si fuera poco, la intensa sequía se ha cebado con la producción agrícola. La divisa afgana ha perdido gran parte de su valor frente al dólar. Los precios de los productos de primera necesidad no dejan de subir. El 90% de los afganos vive por debajo del umbral de la pobreza y el porcentaje se elevará al 97% el año próximo si las cosas no cambian.

Desde que se confirmara la retirada de las fuerzas estadounidenses y el poder talibán en Kabul, Washington congeló activos por valor de 9.500 millones de dólares pertenecientes al banco central afgano. Asimismo, el FMI suspendió un fondo por valor de 370 millones de dólares destinado a combatir la pandemia en Afganistán. En definitiva, el flujo de ayuda internacional, clave en el funcionamiento de la precaria economía afgana, se ha interrumpido. Los funcionarios llevan meses sin cobrar sus salarios.

Especialmente preocupante es la situación de los trabajadores sanitarios, que llevan seis meses sin cobrar. Los hospitales no tienen material ni medicinas para atender a los enfermos. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, sólo el 17% de los centros sanitarios otrora financiados por el Banco Mundial están hoy plenamente operativos. El régimen talibán pide ahora a la comunidad internacional ayuda: reclama 1.000 millones de dólares de forma inmediata. “La comunidad internacional habla de derechos humanos… deben reconsiderar seguir dando pasos que conduzcan a una crisis humanitaria en Afganistán”, aseguraba a la BBC esta semana un portavoz talibán.

En lo relativo a la situación de la mujer, el Emirato ha estado a la altura de las predicciones. Desde su regreso al poder, los talibanes prohíben a las mujeres acudir a sus puestos de trabajo con la excepción de las empleadas del sector sanitario. A pesar de que las escuelas públicas fueron abiertas en septiembre, niñas y adolescentes no pueden acudir a ellas. Además, este jueves, Naciones Unidas denunciaba que 9 de cada 10 mujeres afganas han sufrido violencia al menos una vez en la vida. Es ratio más elevado del mundo.

Tampoco el Emirato ha defraudado a quienes pronosticaban que los espacios de libertad alcanzados durante las últimas dos décadas serían arrasados. Al menos 257 medios de comunicación, incluidas televisiones, radios y medios impresos, han sido clausurados en los últimos meses, según denuncia la organización afgana Nehad Rasana-e-Afghanistan. El 70% de los periodistas está ya en el paro. La lista de principios para los medios impuesta por los talibanes prohíbe la emisión de programas de entretenimiento y películas.

Inseguridad creciente

Uno de los fracasos más rotundos del nuevo régimen talibán es, sin duda, el de la seguridad. A pesar de que uno de los principales reclamos del movimiento fundamentalista fue que su regreso traería definitivamente la paz, el Emirato ha sido incapaz de poner coto a la violencia. De fondo, el conflicto entre los talibanes y la rama local del Daesh por el poder en Afganistán. Los líderes del Estado Islámico salieron de las cárceles afganas con la llegada de los talibanes. Ahora se rebelan contra el Emirato. Y reclutan combatientes talibanes ofreciéndoles más dinero del que reciben de las actuales autoridades.

El grupo yihadista ha reivindicado una serie de ataques suicidas, desde el atentado del aeropuerto de Kabul en plenas labores de evacuación de las representaciones internacionales a varias mezquitas chiitas. Las víctimas son activistas, mulás, periodistas o los propios combatientes talibanes; por supuesto población civil. El enfrentamiento entre talibanes y Daesh, que se ha cobrado ya centenares de vidas, preocupa especialmente a las inteligencias extranjeras, empezando por Estados Unidos. El riesgo de que la combinación de inseguridad y pobreza pueda desencadenar un conflicto civil es cada vez más serio.

En lo que en esta segunda etapa talibán los insurgentes se han sofisticado es en su faceta comunicativa. Los talibanes 2.0 dominan las redes sociales y las puestas en escena a la perfección. Son conscientes de la necesidad de presentarse ante el mundo con una imagen y un relato de moderación y magnanimidad, y así lo han hecho una y otra vez sus portavoces. La realidad, sin embargo, desmiente las promesas y evidencia la incapacidad de los líderes actuales para gestionar la situación presente. Con todo, a diferencia del pasado, una parte de la sociedad afgana está cada vez más dispuesta a resistir, al menos de manera individual y cotidiana, a las imposiciones del régimen.

Cien días después del triunfo talibán, que sorprendió por su celeridad a las agencias de inteligencia internacionales, la situación de Afganistán no ofrece motivo alguno para el optimismo. Con un país aislado del resto del mundo, un régimen fundamentalista, la inseguridad cada vez mayor y una situación financiera crítica, el invierno que viene se antoja desolador.