Opinión

Es la vacunación, estúpido

Los europeos debemos cumplir con la responsabilidad de vacunarnos si no queremos vivir en un eterno retorno de contagios, restricciones y códigos QR

La pandemia del coronavirus es como una montaña rusa. La incidencia sube y sube con la llegada del frío después de un verano relativamente tranquilo. Regresan los pronósticos más pesimistas. La OMS advierte de 500.000 nuevas muertes de aquí a febrero si no se toman medidas urgentes. En España la incidencia acumulada durante los últimos 14 días es de 160 casos cada 100.000 habitantes. Una cifra inquietante. La explosión de contagios en Europa es alarmante. La sexta ola está asomándose a pesar de las altas tasas de vacunación. En España los inmunizados rondan el 80%. Entonces, ¿qué ha fallado?

Primero, nos enfrentamos a un virus más virulento que el original. La variante Deltase ha convertido ya en la cepa mayoritaria. Los epidemiólogos estiman que es de dos a cinco veces más contagiosa que la que salió de Wuhan en 2019. Segundo, la bajada de las temperaturas favorece la circulación del virus. Tercero, la relajación de las medidas como la distancia social o el uso de la mascarilla aumenta la transmisión.

En Alemania o Países Bajos, dejó de ser obligatoria en los interiores. Nunca lo fue en la calle. Cuando Merkel visitó España para recibir el Premio Carlomagno en octubre, se sorprendió de la cantidad de gente que llevaba mascarilla en la calle. Cuarto, se ha comprobado que las vacunas reducen el riesgo de hospitalizaciones y muertes, pero no frenan el contagio. Asimismo, las vacunas en circulación obtuvieron una eficacia del 90% con la variante de Wuhan, pero es muy probable que este nivel de protección sea menor con la Delta y que lo sea con la nueva cepa africana. A su vez, hay evidencia de que la inmunidad que ofrecen las vacunas no es eterna. Los epidemiólogos estiman que a partir de los seis meses baja el nivel de protección. Por eso, la UE recomienda una dosis de recuerdo.

¿Eso significa que las vacunas no funcionan? No, en ningún caso. La protección sobre los casos más graves entre la población de riesgo (mayores de 65 años) sigue siendo muy alta. España es un ejemplo paradigmático de las bondades de la vacunación. El nivel de incidencia entre las personas que no han recibido ninguna dosis triplica al de las personas que cuentan con la pauta completa. En el primer caso, la tasa media de infección está en 64,5 cada 100.000 habitantes, mientras que en el otro ronda los 23,1. En la franja de 60 y 80 años (la edad más preocupante), los no vacunados tienen un riesgo de muerte 25 veces mayor al de los pacientes con dos dosis.Los brotes en las residencias de ancianos han disminuidodrásticamente tras recibir el tercer pinchazo.

Basta con mirar a nuestro entorno para darnos cuenta del diferencial que supone la vacunación. Austria bordea los 2.000 casos cada 100.000 habitantes con una de las tasas de vacunación más bajas de Europa occidental (cerca del 66%). Decretó primero un confinamiento para los no vacunados y después lo tuvo que extender a toda la población, asestando un golpe mortal a una economía fragilizada. El Gobierno, además, impondrá la vacunación obligatoria a partir de febrero.

Alemania, por su parte, tiene al 76,6% de los mayores de 12 años con la pauta completa, frente al 90% en Francia o el 80% de España. Los «Länder» más afectados como Sajonia son los que presentan una tasa de vacunación menor. Lo mismo ocurre en Europa oriental. Bulgaria, Croacia, Serbia o Rumanía no superan el 50%, o incluso el 30% de la población vacunada. La desconfianza hacia los gobernantes sigue vigente en una población traumatizada por el desgarro de la Unión Soviética. A eso se suma la pólvora de las «fake news» que ha levantado un telón de acero entre los vacunados y no vacunados.

Los europeos debemos cumplir con la responsabilidad de la vacunación y empezar a tomarnos en serio la inmunización de los países en vías de desarrollo, foco de las nuevas cepas, si no queremos instalarnos en un eterno retorno de contagios, restricciones, códigos QR, confinamientos y hospitalizaciones, que, a la postre, se traducen en más muertes evitables.