Perfil
¿Quién era Abu Ibrahim al Hashimi al Qurashi, el sanguinario y esquivo líder del Estado Islámico?
Hashimi aprendió de los errores de su predecesor Al Bagdadi y, una vez designado para dirigir el EI, se mantuvo en la más absoluta clandestinidad
Roma no paga traidores. Cuando en la noche de ayer, Abu Ibrahim al Hashimi al Qurashi,oyó a los helicópteros de las Fuerzas de Operaciones Especiales de Estados Unidos acercarse a su escondite, además de colocarse el chaleco explosivo, con el que acabó poco después con su vida y la de su familia, niños incluidos, debió acordarse de su colaboración con la CIA cuando estaba preso en Camp Bucca, en Irak. Era, por entonces, militante de Al Qaeda e informaba a los «gringos», a cambio de un buen trato en prisión, de lo que hacían sus compañeros de la banda yihadista.
Cosas de la vida, sus antiguos valedores llegaban para apresarle y que pagara por sus crímenes, pero, como tantos otros yihadistas, no tuvo valor para enfrentarse a sus responsabilidades y, según su concepción de la vida, eligió el «martirio», que le habrá llevado, al menos eso pensaría en los últimos momentos, al lado de Alá y los placeres del particular paraíso, mujeres vírgenes incluidas.
Ya en libertad, y tras conocer en la cárcel aAbu Bakr Bagdadi, Hashimi se unió a la fundación del Estado Islámico (EI) en el que, entre otras funciones, se ocupó de dirigir el exterminio de los yaizidíes, mediante el asesinato de los hombres, la esclavización de las mujeres y el adoctrinamiento de los niños. Lo hizo tan «bien» que Bagdadi le designó en vida como su sucesor.
Hashimi aprendió de los errores de su predecesor y, una vez designado para dirigir el EI, se mantuvo en la más absoluta clandestinidad. Ni audios, ni vídeos, ni teléfono móvil, sólo mensajeros y de la más absoluta confianza.
Nació en 1976 en la localidad iraquí de Mahlabiya, en la provincia de Nínive. Su padre, que fue imán de la mezquita Furqan de Mosul entre 1982 y 2001, tuvo dos esposas, siete hijos –de los cuales Hashimi era el menor– y nueve hijas.
Al hacerse público el nombramiento de Hashimi, en octubre de 2019, se dijo que pertenecía a la tribu de los quarichitas, lo que habilitaba para ser «califa». Sin embargo, incumplió el precepto de darse a conocer en público y dar a conocer su «programa», algo tradicional, lo que le convertía en un líder invisible al que todos debían prestar juramento de fidelidad «porque sí», algo que se cuestionaba en sectores del EI y, ¿quién lo sabe?, abrió el camino de su final. Porque de algún sitio habrán tenido que sacar los datos los Servicios de Información para dar con su paradero.
Bajo su mandato, el Estado Islámico ha desarrollado la estrategia de reforzar sus “wilayas” (franquicias”), siempre con la esperanza de lograr conquistar una “zona de confort” en la que instalar de nuevo todo su aparataje terrorista, campos de entrenamiento incluidos. El reforzamiento de los ataques en el Sahel africano y Afganistán va en ese sentido.
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