Downing Street

Boris Johnson y las 48 horas más surrealistas de la historia reciente de la política de Reino Unido

Así fue el motín que acabó con el liderazgo británico más tóxico de las últimas décadas

Persistente
PersistenteFrank AugsteinAgencia AP

Para un hombre que desde niño soñó con ser “el rey del mundo” y que todo en su vida estuvo enfocado a conseguir las llaves de Downing Street era difícil aceptar la derrota. Aunque el miércoles a las 22.30 horas Boris Johnson empezó a entender que la situación era ya insostenible. En ese momento, las dimisiones de su Gobierno superaban ya las 40.

Solo dos de sus aliados más cercanos -Guto Harri, director de comunicaciones, y David Canzini, su principal asesor- lo instaban a quedarse. El resto, consideraba que el juego había terminado, entre ellos, el influyente Michael Gove. Cuando se filtró a la prensa que hasta Gove consideraba que el premier debía dimitir, éste le despidió del gabinete llamándole “serpiente venenosa”.

Fue un momento crítico dentro de las 48 horas más surrealistas que se recuerdan en la historia reciente de la política del Reino Unido. Cuando todo se desmoronaba a su alrededor, Johnson seguía creyendo que tenía mandato claro para quedarse al haber ganado las elecciones generales de 2019. Había perdido el rumbo. Era como si estuviera viviendo en una realidad paralela. En definitiva, ha terminado esta semana con su aventura política de la misma manera que la comenzó y la ha desarrollado en su máximo apogeo en los últimos tres años: en auténtico caos.

El motín que puso fin al liderazgo más tóxico del Reino Unido comenzó el martes 5 de julio. Dos minutos pasadas las seis de la tarde, Sajid Javid, ministro de Sanidad presentaba su dimisión con una carta incendiaria: “El país necesita a un Partido Conservador fuerte y con principios. Ningún individuo está por encima del partido”. A las 18.11 horas,Rishi Sunak, el responsable del Tesoro y durante mucho tiempo visto como el favorito para suceder al primer ministro, seguía los mismos pasos con otro importante apunte: “la gente merece un gobierno que funcione de manera correcta, competente y seria”.

En cuestión de nueve minutos, Johnson se había quedado sin dos pesos pesados y humillado públicamente. Sus mentiras sobre el escándalo de abusos del responsable del Partido Conservador eran la gota que colmaba el vaso para un hombre que nunca escapó de la polémica.

Al día siguiente, a las 12.00 horas, Johnson comparece en la sesión de control semanal de los miércoles en la Cámara de los Comunes como si nada estuviera pasando. En su papel de populista consumado, promete la mayor reducción de impuestos en una década. Pero la cascada de dimisiones no cesa y son sus propias filas las que piden públicamente su renuncia. El primer ministro pasa luego toda la tarde compareciendo ante el Comité Liaison, que engloba a todos los comités parlamentarios, ajeno a la realidad que se vive fuera de Westminster.

Por la noche, las dimisiones del Gobierno superan ya las 40. Johnson se reúne con equipo de confianza. Pasan horas frente a una pizarra tratando de encontrar ministros para unirse a un Ejecutivo con cada vez más plazas vacantes. Ningún diputado quiere ocupar los puestos. A las 22.30 horas, un Johnson agotado da por terminado el día y se va a la cama. Nadie podía pensar ya con claridad.

El jueves, la ambición rubia se levanta de madrugada. Asume que ha perdido la batalla. Alrededor de las 6.00 horas comienza a escribir su discurso de despedida compartiendo un borrador inicial con sus aliados más cercanos en una reunión a las 7:30 horas en su oficina con sándwiches de bacon: “la jugada ha terminado”, les dice.

A las 8.30 horas llama a Graham Brady, presidente del Comité 1922 que reúne a los `tories´ sin cartera. Le explica que había reflexionado sobre su reunión de la noche anterior. Aunque tan solo horas antes había sido enfático en que no iba a ninguna parte, ahora había reconsiderado su postura. A las 12.30 horas pronuncia su discurso de despedida a las puertas del Número 10.

Una vez de regreso en Downing Street, a diferencia de Theresa May hace tres años, se mantiene optimista. Pasa unos 20 minutos con su personal político clave, posando para fotos y agradeciéndoles por su trabajo. Su salida fue, les dijo, “simplemente política”. “Era un ambiente extraño”, relata a The Times uno de los presentes. “No diría que fue alegre exactamente, pero ciertamente no estaba deprimido”.

A las 15 horas, mantiene la última reunión con su Gabinete. Cinco de los presentes habían sido parte del golpe orquestado para destituirlo de su cargo, incluida Suella Braverman, la fiscal general, que ya se había postulado a esas horas para el liderazgo.

Fiel a su estilo hasta el final, bromea asegurando que llegó a sentirse como Hiroo Onoda, el oficial de inteligencia del ejército japonés que se negó a rendirse al final de la Segunda Guerra Mundial, sin salir de su escondite en las selvas de Filipinas hasta 29 años después

Dominic Raab, el fiel viceprimer ministro, le rinde un cálido homenaje, seguido por Steve Barclay, nuevo ministro de Sanidad, y Nigel Adams, ministro de la Oficina del Gabinete. Alister Jack, ministro para Escocia, asegura que Johnson tiene tres cualidades: amabilidad, lealtad y valentía: “Tal vez ha sido demasiado amable y demasiado leal”.

Alok Sharma, el ministro a cargo de la Cop26, se echa a llorar en un momento dado. Sus colegas bromean asegurando que está triste porque ya no va a viajar tanto y va a perder el carné de oro de su compañía aérea. El propio Johnson también queda al borde de las lágrimas. La reunión concluye con los ministros del gabinete golpeando la mesa en homenaje al ya ex líder `tory´. Se acaba el sueño del niño que quería ser el rey del mundo.