África

Crisis en el Sahel: “Los africanos ya no somos tan ilusos como éramos antes”

Un viaje a la frontera entre Nigeria y Níger para responder a la pregunta que se plantea una docena de países africanos

El vicepresidente nigeriano Kashim Shettima, en el centro
Las naciones africanas no tienen interés en una guerra regional.ASSOCIATED PRESSAgencia AP

El ciudadano africano medio, el tipo de africano proveedor de su familia y que se encuentra por cientos de millones en las calles de sus ciudades y sembrando sus campos de tierra roja, el ser humano en general, cualquiera que sea su oficio o procedencia, no desea una guerra. Únicamente encontramos una excepción en Occidente, donde los conflictos se luchan a miles de kilómetros y cuyos países han olvidado convenientemente el amargo olor de las explosiones. La guerra puede tomarse por nosotros como un campo de estudio, un factor romántico para la cinematografía, noticia, negocio, un objeto de debate y de deseo. Pero aquí abajo, en África, en el campo de batalla del mundo, nadie desea una guerra. Porque saben que serán ellos quienes mueran de haber una.

“Los africanos ya no somos tan ilusos como éramos antes”. Así lo sentencia Adou, un militar nigeriano que mira de soslayo la frontera con Níger en la localidad de Kongodumm. La frontera está cerrada desde hace un mes y el eco de los tambores de la guerra se ha aplacado en las últimas semanas, desde que este verano nació la posibilidad de un enfrentamiento armado entre el bloque democrático de la CEDEAO (Comunidad Económica de Estados de África Occidental) y las naciones lideradas por juntas militares (Níger, Mali y Burkina Faso). Adou es un militar de inmigración que desde hace semanas se limita a mirar al otro lado y esperar a que la frontera abra de nuevo y que las tensiones entre su país y los vecinos se resuelvan. La desidia del aburrimiento ha vuelto que se le suelte la lengua, y comenta removiendo su café del mediodía que “los nigerinos y los nigerianos somos hermanos y hay muchos hausa y kanuri en ambos lados. Vivimos juntos sobre todo aquí, en Kongodumm, donde muchos del pueblo son nigerinos”.

Este periodista recorrió durante semanas los estados del norte y del este de Nigeria, además de la capital, Abuya, buscando resolver una pregunta no exenta de intriga geoestratégica: ¿Sería posible una guerra entre Níger y Nigeria?

Los números favorecerían a Nigeria a simple vista. Donde los nigerianos poseen el ejército más numeroso de África con 230.000 efectivos en activo, los nigerinos apenas si alcanzan los 11.000 soldados. Por otro lado, la economía nigeriana es también la más grande del continente pese a que los beneficios se repartan entre una pequeña clase dirigente y más de 80 millones de ciudadanos viven por debajo del umbral de la pobreza. La necesidad de ofrecer una respuesta contundente a la epidemia de golpes de Estado que asola la región también abriría la puerta a una posible intervención que les ponga freno. Tampoco hay que olvidar que Bola Tinubu, el actual presidente del país, fue elegido este mes de febrero por apenas un 4% de la población que votó a su favor y que su autoridad es cuestionable: él podría ser el siguiente presidente depuesto por los uniformados.

Pero no es oro todo lo que reluce y la fuerza no está sólo en los números. Nigeria es hoy una nación que sufre una grave enfermedad, o varias. Los estados de Zamfara, Kaduna, Benue, Nassarawa, Anambra, Adamawa y Ebony sufren un conflicto interminable que enfrenta a los ganaderos de la etnia fulani contra los agricultores de otras etnias; Kaduna, Níger, Edo, Katsina, Taraba y el resto de estados que rodean el delta del Níger viven la constante amenaza de las bandas criminales que secuestran, extorsionan y asesinan a la ciudadanía; Boko Haram sigue actuando en el estado de Borno; y, aunque suavizada por los años, la insurrección de los separatistas de Biafra sigue latente en Anambra, Imo y Rivers. A lo que habría que sumarle el desplome de la naira a mínimos históricos este verano, la piratería en el golfo, el aumento de los precios y la emergencia alimentaria que afecta al norte del país a causa de la escasez de lluvias.

La extrema situación de seguridad obliga a estirar al máximo la disposición de las fuerzas de seguridad nigerianas, que apenas si pueden contener la avalancha que les cae encima a diario. En la carretera que lleva desde la localidad de Jos hasta Lafia (200 kilómetros en total), este periodista contó 23 controles militares, policiales o de asociaciones locales para asegurar la seguridad de los viajeros que se adentran en su asfalto. Mientras que las carreteras secundarias y los caminos de tierra se encuentran mínimamente o nada protegidos. Y pueblos conquistados hace diez años por pastores fulani siguen hoy bajo su control, para pasmo de sus antiguos habitantes que hoy malviven en los campos de desplazados internos en las diferentes capitales regionales. Solomon, un sacerdote católico del estado de Benue y que sufrió en sus propias carnes la violencia, cuando su parroquia fue atacada en 2020 por bandidos locales, considera que “si el Ejército nigeriano no puede mantener el orden en su propio país, cómo vamos a pensar que podrían conquistar Níger”.

Es una ficción. Incluso los simpatizantes de Bola Tinubu opinan que su presidente tampoco desea un conflicto armado. No son pocos votantes del APC que piensan que Tinubu fingió durante unas semanas desear la intervención en Níger con el fin de contentar a los europeos, estableciendo nuevos vínculos que serán de su beneficio, pero que en ningún momento se consideró seriamente la posibilidad de una guerra. Y le alaban por su astucia y se burlan de los europeos por pensar que podrían utilizarle.

El galadima daura (jefe tradicional de Kongodumm), una figura de gran poder en la zona, acusa directamente a Francia de confabular para enfrentar a ambas naciones. “Nos ha intentado manipular porque en sus antiguas colonias ya no les quieren, pero no nos vamos a dejar engañar”. Este jefe tiene muy claro que Europa mira a África como si sólo existieran dos bloques posibles, uno que sea prorruso y otro afín a Europa, algo que le suena obsoleto y racista. “Pero olvidáis que aquí todos somos musulmanes, y con el tiempo estamos creando un nuevo bloque islamizado y que se relaciona más cómodamente con los países árabes que con Rusia o Europa. Ya no tenemos que luchar las guerras de Europa porque no os necesitamos”.

Cada nuevo acontecimiento escarba en las raíces del pasado. En los cafés del norte y los bares del sur del país se recuerda que 50.000 africanos murieron en los campos de batalla de Europa y de Asia en la Segunda Guerra Mundial. ¿Tendrán que morir 500.000 en la tercera? ¿Un millón? ¿Y por qué iban a hacerlo? Así lo consideran. Ya no son unos ilusos.

La clase política nigeriana se opone igualmente a la guerra. El portavoz del LP (partido de la oposición liderado por Peter Obi), culpaba en una entrevista a Tinubu de “colocarse del lado de Francia para ir en contra de sus hermanos africanos”, y aseguraba que su partido rechazaría de pleno cualquier posibilidad de un conflicto. La Asamblea General votó en agosto en contra a dar poderes el presidente para movilizar al ejército y así sigue. A la hora de preguntarle sobre el temor que podría tener Tinubu a la hora de perder la presidencia en un golpe, el portavoz del LP negó con la cabeza diciendo que “no se debe subestimar a Tinubu. Es una persona que engaña porque es poderoso pero no lo parece, fue gobernador en Lagos y todavía tiene mano en muchos de los negocios de la ciudad”.

Y se refuerza la idea de que nadie en Nigeria quiere una guerra. Otra cosa es si la tendrán.