Brasil

El crepúsculo de los dioses

Carné de Dilma Rousseff en sus tiempos de guerrillera contra la dictadura militar brasileña
Carné de Dilma Rousseff en sus tiempos de guerrillera contra la dictadura militar brasileñalarazon

Según «O Estado de Sao Paulo», los ayudantes de Dilma Rou-sseff han limpiado su despacho haciendo echar humo a las destructoras de documentos y transportando discos duros mientras la mandataria marchaba con las fotos de su hija y sus dos nietos desde la sede presidencial del Planalto al Palacio da Alvorada, su residencia oficial en Brasilia hasta que se dilucide su «impeachment» antes de seis meses y, probablemente en septiembre, antes de las municipales y después deque en agosto el vicepresidente Temer inaugure las Olimpiadas de Río de Janeiro, las primeras en el subcontinente americano. Con manifestantes en las calles, en pro y en contra de la ex guerrillera e hija política de Lula, esta batucada brasilera parece un remedo del crepúsculo de los dioses. Ya se sabe que en América el juicio político es un mecanismo con alma jurídica y cuerpo politizado, y en tiempos de crisis económica el cuerpo es el que controla al animal.

A la presidenta (entre paréntesis) nadie la acusa de algún delito personalizado, sino de haber maquillado fiscalmente dos ejercicios para atender a su clientelismo electoral, algo que siempre han hecho los presidentes democráticos, y más los dictadores militares. Esto sería, excepto por el engaño internacional que supone, pecado venial en un país de corrupción amazónica encabezada por la estatal Petrobras y la constructora Odebrecht, que lava el dinero negro de la política.

Dilma estaba tocada de ala desde su atrabiliaria defensa de su mentor Lula haciéndole ministro de nada para blindarle de acusaciones de corrupción, pero lleva acumulada una mala relación con las Cámaras (ella es seca y antipática), su tendencia a no concitar con el Legislativo en un país que sólo se puede gobernar en coalición y hasta el machismo al que ella alude entre diputados y senadores. Su defensa ante las masas del Partido de los Trabajadores consiste en denunciar que el «impeachment» es en realidad un golpe de Estado encubierto, difícil de creer para quien ha sufrido tantos de verdad. Su revocación ha sido legal, pero «a la brasilera». Quien ha movido la palanca ha sido su vicepresidente (hoy presidente provisional), líder del Partido del Movimiento Democrático de Brasil (centristas), socio y apoyo del PT de Dilma hasta hace dos meses. La Comisión Especial de diputados que inició este proceso era de mayoría PMDB, y entre diputados y senadores son legión los que están implicados en firme por diversas corrupciones ante el Supremo Tribunal de Justicia Federal. La defenestración de la presidenta es legal, pero llevada a cabo por una jauría de hipócritas y sepulcros blanqueados.

El único clavo ardiendo de la presidenta habría sido la bonanza económica de que disfrutó Lula, pero la ha marcado la recesión, el desplome del precio de las materias primas y una caída del PIB de casi el 4%. El malestar social venía de lejos. Dos tercios del Senado la juzgarán y, aunque el papel lo aguanta todo, es muy improbable el regreso de Rousseff, y Temer, su aliado y Bruto, gobernará hasta 2018, tiempo de descuento para que la izquierda populista y la clase media centrista pacten enderezar la economía sin que ardan las favelas.

En el orden internacional, la única preocupación se ha notado en el eje bolivariano porque éste es su segundo fracaso consecutivo tras la derrota de Kirchner ante el empresario Mauricio Macri. Venezuela, Ecuador y Bolivia se han sumado al supuesto golpista, principalmente el atípico presidente Maduro, que alivia su escasez con insumos brasileros en condiciones de amigo. El «socialismo del siglo XXI», incitado por Fidel Castro y Lula desde el Foro de Sao Paulo, se cuartea seriamente. Las Olimpiadas no calmarán las calles y Brasil seguirá siendo el país del futuro («y siempre lo será»), pero crecer disminuyendo desigualdades abisales es una ecuación muy complicada, que Lula llevaba bien y Dilma ha descarrilado por vergonzante que sea el gatuperio político de sus amigos. Ya se sabe que es esencialmente una batucada: mucha percusión.