Francia

El enemigo en casa

La Razón
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Lamentablemente, esto era previsible. Podía ocurrir en París, Manchester, Roma, Barcelona, Londres, Berlín, Chicago o Madrid. Lamentablemente, volverá a ocurrir. Una atrocidad como la del viernes en París es relativamente sencilla, es decir es viable y es barata. Sencilla porque en las sociedades occidentales, con fronteras, además, muy abiertas, la Policía, por eficaz que sea, no puede vigilar durante 24 horas del día a cualquier sospechoso. Es barata, primero porque un puñado de malhechores con armas no excesivamente sofisticadas puede acabar con la vida de 100 personas. Una metralleta kalashnikov como las de París parece que se compra en el mercado del hampa europeo por un precio de 5.000 euros, cantidad que es calderilla para el EI que ingresa varios millones de dólares al día con las ventas del petróleo cuyos pozos controla en Siria. Es viable y barato, sobre todo, porque los islamistas tienen un regimiento considerable de SUICIDAS. Jóvenes, especialmente hombres, que no tienen que buscar vías de escape, no precisan de un dispositivo logístico complicado para no ser apresados porque no les importa inmolarse. Parecen encantados de volar por los aires con sus víctimas; unos locos les han metido en la cabeza que van directos a un paraíso incomparable con 70 vírgenes y otros placeres sublimes a su disposición. La irrupción de la cosecha, abundante, de terroristas suicidas ha cambiado todos los planes de lucha contra el terrorismo. Los terroristas, jóvenes lobos como en el atentado de «Charlie Hebdo» o con ataques coordinados como el delviernes, cuentan con MEDIOS, por lo simples, ILIMITADOS y con un número de BLANCOS potenciales inmenso: salas de fiestas( Bombay 2008 y ahora Bataclan en París), iglesias, estadios, manifestaciones nutridas, congresos.... Todos son apetecibles y fértiles para los asesinos. Un par de terroristas con un mínimo de sangre fría puede en cualquiera de esos lugares causar estragos como los de anteayer. El EI consigue aterrorizar a los enemigos y movilizar a los simpatizantes que se enorgullecen con la barbarie. Algo parecido a lo de las Torres Gemelas. La solución, parcial al menos, pasa por reforzar los servicios de inteligencia y policiales. Los franceses, que ya tuvieron el aldabonazo de «Charlie Hebdo», serán puestos en solfa por lo acontecido el 13 de noviembre, día de infamia para Francia. Alguien pensará que han sido negligentes no detectando ninguno de los tres o cuatro complots que originaron la tragedia. La crítica resultará, en principio, un tanto ligera. Francia tiene un 10 por cien de población musulmana. La inmensa mayoría son personas pacíficas y que reniegan del EI. Pero, ¿cuántos componen la exigua minoría que simpatiza con los terroristas? No puede ser un par de docenas. ¿Se les puede vigilar a todos? Por otra parte, unos 1.500 ciudadanos galos han partido hacia Siria para unirse al EI. Se dice que 250 han regresado. ¿Sólo 250? ¿Se puede seguir todos los días, a todas horas, a todos los regresados y a los simpatizantes? ¿Cómo se sabe quién es simpatizante maduro para pasar a la accción? Luego, tenemos el tema de la insuficiente cooperación internacional. La cicatería en dar información entre los servicios de inteligencia es crónica aunque haya mejorado pero ahora tenemos, además, que las principales potencias que se mueven en el tablero sirio-iraquí juegan egoístamente a cosas distintas. Rusia parece más interesada, mucho más interesada, en machacar a la oposición de su aliado Asad que en derrotar al EI. Un noventa por cien de los bombardeos de su aviación ha sido lanzada contra los rebeldes que, contagiados de la primavera árabe, se alzaron contra Assad. Un 10 por cien contra el Isis. La bomba del avión de hace diez días puede que le abra los ojos, pero hasta ahora su objetivo no era los terroristas del Isis. Turquía que pretende ser hegemónica en la zona es ambigua: combate con denuedo a los kurdos que luchan contra el EI y muestra poco celo en detener el contrabando de petróleo que realizan los islamistas. La rica Arabia Saudita está enfangada en el Yemen y es remisa a poner tropas sobre el terreno que combatan al Ejército Islámico.

Obama está harto de ser el policía del mundo, su opinión pública más aún, y le irrita que europeos y árabes amigos estén convencidos de que deben ser los «boys» americanos los que se jueguen la vida sobre el terreno y saquen las castañas del fuego a los demás. El político que prometió marcharse de Irak y Afganistán muestra poco interés en enfangarse en otra contienda y mandar miles de jóvenes a batallar al Isis. Bastantes columnistas yanquis comentan ya que si los jóvenes de Burdeos, Liverpool, Valencia o Palermo no van a derrotar a los islamistas por qué deben hacerlo los de Texas o Illinois. La mentalización colectiva de occidentales y árabes moderados es perentoria. Veremos si llega. Mientras tanto, tendremos más colas en los aeropuertos, nuevos controles a la entrada de cualquier espectáculo. Aún así, no está garantizado que no se repita. Podemos ralentizarlo y disminuirlo, impedirlo es muy problemático.