Independencia de Reino Unido
El representante de futbolistas del Peñón al que no le gustaría volver a Londres
Kenneth Ásquez gestiona a jugadores españoles que se incorporan a equipos ingleses, por lo que el Brexit supondría «un desastre» para su profesión
Kenneth Ásquez gestiona a jugadores españoles que se incorporan a equipos ingleses, por lo que el Brexit supondría «un desastre» para su profesión
«Unos fenómenos. Iniesta está en la cumbre. Jordi Alba se sale. Nolito, una figura. España irá de menos a más en la Eurocopa», dice sobre la selección española Kenneth Ásquez, empresario y representante de futbolistas en Gibraltar, para quien el Brexit supone una amenaza «enorme». Es raro que un sobresalto altere la ordenada vida del Peñón, pero estos días están presentándose movidos. El calendario sitúa el jueves un referéndum y las jornadas se tuercen agitadas. La agitación, para Ásquez, está este mes en los estadios franceses. «Cuando vino Cameron (el jueves), estaba viendo el Inglaterra-Gales». De la muerte de Jo Cox, la diputada asesinada en plena calle, se enteró viendo el triunfo de Irlanda del Norte sobre Ucrania.
Y no es que Ásquez viva al margen de la política. Dice ser escéptico con los políticos, pero es una persona informada. Sobre fútbol no hay quien le gane. «Business is business». Pasan por la plazoleta de la Catedral unos adolescentes con un balón en dirección a King’s Street. Uno de ellos viste la camiseta de Gales. «Los gibraltareños somos británicos, pero no ingleses», avisa Ásquez antes de anunciarse escasamente arraigado en la cuestión del riesgo: «No soy de apostar, pero estoy convencido de que aquí, en el Peñón, la proporción de partidarios de la permanencia con respecto a los de la marcha será de nueve contra uno».
Las encuestas son próximas al vaticinio de Ásquez. El «Gibraltar Chronicle», periódico omnipresente en el Peñón, ofrecía hasta ayer un 94 % a favor de la permanencia. Se prevé un apoyo abrumador. Quizá por eso al llanito común, si es de emoción de lo que se trata, prefiera rendirse a la Eurocopa que obsesionarse con sondeos o eslóganes. Para los 24.224 gibraltareños con derecho a voto, las razones son más evidentes que para los 45 millones que conforman el censo global de la consulta. En Ásquez, la cuestión está clara: «Desde el punto de vista llanito, votar por el Brexit sería no tener ni puta idea», afirma desde la plazoleta de la Catedral, dirigiendo la cara a la dirección de un aire cada vez más presente. Para él, la salida británica de la Unión Europea sería «un desastre. Mis principales operaciones son con jugadores españoles que van a equipos ingleses. Si desde ahora ocupan plaza de extranjero, me tendría que mudar a Londres y volver a casa sólo en época de vacaciones».
La campaña sigue interrumpida, pero el papel es el papel. En la Casemates Square hay carteles animando al voto: «Vote remain», «I’m in». Entre ellos, casi tapado, uno que anuncia una convidada de cerveza y riñones por el «Bloomsday». Los gibraltareños celebran el «Ulises» del irlandés Joyce. En otro póster se anuncia una ruta turística por «El Peñón de Molly Bloom». El sector servicios es un puntal de la economía local: 8,8 millones de visitantes registró Gibraltar en 2013; 7,9 fueron españoles. Los ingresos derivados rondaron los 200 millones de euros, casi un tercio del presupuesto anual. Los servicios financieros y las apuestas, generadores del 27 % del empleo, son las otras dos gallinas de los huevos de oro.
«No creo que la solución sea cerrar las fronteras», afirma Marcus Canepa justo enfrente de una sinagoga. Canepa, ingeniero informático, alude a la tradición aperturista británica. Gibraltar es un ejemplo multicultural: protestantes, católicos, hebreos e hindúes conviven en el Peñón desde antiguo. La situación es diferente en la isla. Allá hay pueblos donde viven más polacos que ingleses. Y el paisano de toda la vida siente lo que un payés rodeado de pubs y tiendas de cremas en la isla de Menorca. «Una polaca me defendía la salida de la UE. ‘‘Pero si tú eres de Polonia’’, le dije. ‘‘Me da igual’’, contestó, ‘‘me he casado con un inglés y ya no me afecta’’», cuenta Ásquez.
Ásquez pasa media vida en Inglaterra y la otra en Gibraltar. «Si hay Brexit mi vida cambiará por completo». El escape obligaría a muchos a buscarse la vida en otro lugar. En Gibraltar el temor no reside por lo que suceda en el Peñón, esa verruga de caliza en la nariz de España, según ingenió Wenceslao Fernández Flórez. Es algo que suele percibirse en este tipo de enclaves: el temor viene del exterior. «Espero que si se da el Brexit, España no haga lo anunciado por Margallo», confía Kenneth ante un hipotético aislamiento de Gibraltar.
Ni en el Peñón ni en la comarca se hace chiste con esto. Todo el Campo de Gibraltar está conectado por sinapsis mercantiles. Unos 7.000 trabajadores de toda la región entran a diario por la verja a estos apenas diez kilómetros cuadrados de roca. El trasiego se incrementa en las horas de labor. De noche tampoco duerme quien no desee hacerlo. «El voto por el Brexit es principalmente nacionalista y de extrema derecha», defiende Janet Soler, camarera en un pub de la Main Street. «Como si alguna vez fueran a volver los tiempos del gasto militar o de las joyas de la corona», factores que sostuvieron a Gibraltar durante los años de verja, sin Europa y sin los tratados.
Picardo lo ha dicho: el Brexit sería para Gibraltar una «amenaza existencial». Si el trato funciona, para qué cambiar. Así piensan los llanitos, quienes adivinan rápidamente en qué sentido sopla el viento sin necesidad de hombres del tiempo. Es una astucia casi telúrica que se personifica en la agudeza de Kenneth Ásquez, agente de futbolistas, acostumbrado a ver crecer la hierba desde este punto más meridional del continente. Según él, sólo una breve muestra del infierno haría cambiar de un modo sustancial el voto del referéndum. Y no hay nada que más anhele el llanito que una existencia sin conflicto. Al cabo, ser europeo es el otro modo de continuar no siendo español.
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