Turquía
Erdogan, el arte de dominar política y religión
Recep Tayyip Erdogan dio el salto a la gran política en los años 90 como alcalde de Estambul. Su buena gestión al frente de la ciudad –convertida en símbolo del nuevo modelo turco– y sus ambiciones le catapultaron hasta ser elegido primer ministro en 2003. Desde entonces, Erdogan ha cosechado muchos éxitos, basados en una combinación de liberalismo económico y conservadurismo social, pero también ha ganado muchos enemigos, que le tachan de déspota. A sus 60 años, y rebautizado como el «sultán», presenta nuevas expectativas y proyectos propios de los grandes gobernantes otomanos, prometiendo devolver a Turquía su pasado dorado, cuando dominaba Oriente Medio y parte de Europa. Sin llegar a ser un nuevo imperio, bajo su mando el país se ha situado como una de las potencias económicas regionales, aunque la postura de su Gobierno, así como la arrogancia del propio Erdogan, ha hecho que muchos países miren hacia Ankara con recelo. Y es que su actitud desafiante, incluso ante las grandes potencias de la comunidad internacional, le ha traído más de un problema. En 1999 tuvo que cumplir cuatro meses de cárcel por haber socavado los principios laicos del Estado turco, según dictaminó un juez. Pero tras ese castigo, Erdogan saltó a la fama y fundó el Partido Justicia y Desarrollo (AKP), una formación islamista moderada.
Su éxito es visto con admiración por el ciudadano medio. Proveniente de una familia humilde y religiosa, en su juventud fue un vendedor de los muchos que llenan las calles de Estambul antes de conseguir matricularse en un instituto islamista. Mientras estudiaba Administración y Economía, empezó a militar en grupos anticomunistas, de corte islamista, como el partido de Salvación Nacional, con el que obtuvo sus primeros cargos políticos. Desde aquellos lejanos días, Erdogan se ha convertido en un líder carismático y poderoso, capaz de apartar al Ejército de la vida pública y política de Turquía (donde un golpe de Estado es ahora menos probable que nunca). Su liderazgo y experiencia se han convertido en un ejemplo de cómo conjugar desarrollo económico e islam político, y también de cómo hacerse poco a poco con el control absoluto de todo un país.
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